Sicarios
Miercoles, 19 de febrero de 2014 | 4:30 am
COLUMNA DE MIRKO LAUER
Un grupo de criminólogos británicos ha realizado hace poco un
estudio sobre asesinatos por encargo y acerca de quienes los llevan a
cabo, lo que aquí llamamos sicarios. Con menos de un asesinato efectivo o
intentado bajo la modalidad por año, la muestra británica parece
reducida. Pero aún así, algunos de sus resultados no interesan, por
obvios motivos.
Algunas de sus conclusiones: los precios son bajos, el día preferido para asesinar es el martes, una sola mujer apareció entre los 36 criminales detectados, se prefiere el arma de fuego, el motivo más frecuente fue la rivalidad o rencilla comercial, muchos crímenes detectados fueron primeros contratos. Casi todas las muertes fueron en espacios abiertos, con gente alrededor.
El estudio inglés no pretende cubrir todo el campo del asesinato por contrato, pero sí busca entender mejor una sucia práctica a menudo extrañamente rodeada de una aureola romántica. Como el sicariato, que incluye al asesino y a quien lo contrata, viene infestando el Perú, una información como la de Pacific-Standard (pronto también en Howard Journal of Criminal Justice) nos interesa.
Todavía no hay, que sepamos, estudios sobre la realidad peruana en el tema. Es obvio que el universo de casos estudiables es muchísimo mayor aquí que en Gran Bretaña, al grado de reducir al sicario inglés casi a la inexistencia. El fenómeno se viene expandiendo delante de nosotros produciendo muertos y noticias, pero poca información empírica.
El fenómeno en el Perú es relativamente nuevo, disperso, flotante, y costoso de investigar más allá de uno o más estudios de caso. Sin embargo es urgente para el país conocer a los protagonistas de este flagelo, asimilar las experiencias de otros países y dejar de tratarlo como una simple cadena de incidentes criminales.
La cobertura de los medios nos dice que los sicarios locales son invariablemente jóvenes, y que casi todos son crímenes al paso realizados con arma de fuego. El número de identificaciones y capturas posteriores es relativamente alto, indicio tal vez de que no hay profesionalismo ni mucha preocupación por las consecuencias de sus actos.
En cuanto a quienes contratan, tenemos la obvia dosis de narcos, pero también es frecuente encontrar algunas autoridades locales desquiciadas, traficantes de tierras, extorsionadores. A diferencia de los sicarios, quienes contratan son personas con una actividad delictiva estable y un proyecto de acumulación económica personal. Pero de ambos lados de ese mostrador hay problemas de higiene emocional.
Un estudio de Medellín (por años epicentro del sicariato bajo el narcotráfico) da un perfil para ese país: 17 años en promedio, sobre todo mestizos, solteros, sin hijos, informales o desempleados. “El nivel de escolaridad es un factor de riesgo… el abandono de la escuela impulsa al joven a construir su propia realidad y a buscar nuevas formas de aceptación y refuerzo”.
Algunas de sus conclusiones: los precios son bajos, el día preferido para asesinar es el martes, una sola mujer apareció entre los 36 criminales detectados, se prefiere el arma de fuego, el motivo más frecuente fue la rivalidad o rencilla comercial, muchos crímenes detectados fueron primeros contratos. Casi todas las muertes fueron en espacios abiertos, con gente alrededor.
El estudio inglés no pretende cubrir todo el campo del asesinato por contrato, pero sí busca entender mejor una sucia práctica a menudo extrañamente rodeada de una aureola romántica. Como el sicariato, que incluye al asesino y a quien lo contrata, viene infestando el Perú, una información como la de Pacific-Standard (pronto también en Howard Journal of Criminal Justice) nos interesa.
Todavía no hay, que sepamos, estudios sobre la realidad peruana en el tema. Es obvio que el universo de casos estudiables es muchísimo mayor aquí que en Gran Bretaña, al grado de reducir al sicario inglés casi a la inexistencia. El fenómeno se viene expandiendo delante de nosotros produciendo muertos y noticias, pero poca información empírica.
El fenómeno en el Perú es relativamente nuevo, disperso, flotante, y costoso de investigar más allá de uno o más estudios de caso. Sin embargo es urgente para el país conocer a los protagonistas de este flagelo, asimilar las experiencias de otros países y dejar de tratarlo como una simple cadena de incidentes criminales.
La cobertura de los medios nos dice que los sicarios locales son invariablemente jóvenes, y que casi todos son crímenes al paso realizados con arma de fuego. El número de identificaciones y capturas posteriores es relativamente alto, indicio tal vez de que no hay profesionalismo ni mucha preocupación por las consecuencias de sus actos.
En cuanto a quienes contratan, tenemos la obvia dosis de narcos, pero también es frecuente encontrar algunas autoridades locales desquiciadas, traficantes de tierras, extorsionadores. A diferencia de los sicarios, quienes contratan son personas con una actividad delictiva estable y un proyecto de acumulación económica personal. Pero de ambos lados de ese mostrador hay problemas de higiene emocional.
Un estudio de Medellín (por años epicentro del sicariato bajo el narcotráfico) da un perfil para ese país: 17 años en promedio, sobre todo mestizos, solteros, sin hijos, informales o desempleados. “El nivel de escolaridad es un factor de riesgo… el abandono de la escuela impulsa al joven a construir su propia realidad y a buscar nuevas formas de aceptación y refuerzo”.
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