El Padre Gustavo Gutiérrez, fundador de la
“Teología de la liberación”, cumple 85 años y sigue bregando por
acercar la iglesia a los desvalidos. Crónica de un peruano ejemplar.
Cae la noche en el campus de la universidad Católica y en
medio de la pronta y espesa oscuridad, una cabecita blanca resplandece
contra el atardecer tardío. Es el padre Gustavo Gutiérrez quien ha
llegado puntual para la presentación del libro “Texto de
espiritualidad”, una selección de sus voluminosos trabajos sobre
teología de la liberación que ha venido labrando durante más de 60 años.
La introducción es de Daniel G. Groody y fue publicado por el Instituto
Bartolomé de las Casas y el CEP. El auditorio de la Facultad de Derecho
alberga a cerca de 400 personas, la mayoría religiosos, algunos
profesores, muchos amigos y seguidores. Como nunca, todos están felices y
provistos de una sonrisa singular. El padre Ernesto Cavassa, la hermana
Consuelo y el Dr. Salomón Lerner Febres han ocupado la noche con sus
palabras y gestos y el padre Gutiérrez sentado en primera fila, humilde,
como siempre, oye aquellos argumentos que han servido para erigirlo
como el peruano más universal de estos tiempos.
Y uno, en medio de
los espectadores solo entiende que esta espiritualidad funciona en
tanto la fe religiosa se articule con Dios y con los pobres y
miserables. No hay otra manera de entender un término y un concepto tan
pobre y empobrecido en estos tiempos. De eso hablaron los expositores,
de un Jesús narrador y narrado, de aquel silencio y oración con enérgica
claridad y comunicación. Entonces todos aceptamos que el padre
Gutiérrez es el intelectual público que no solo opera como un gestor de
ideas sino como un actor moral y es la versión moderna de un profeta
que siempre será rebatido por poderosos, injustos y segregacionistas que
no entienden que su lucha es una hermenéutica de la fe con esperanza.
Hace
un tiempo, el padre Gustavo Gutiérrez apareció de paisano al abrir una
puerta desvencijada y desde el momento que me extendió la mano, me miró y
articuló su: ¿cómo le va?, yo supe que estaba frente a un ser
absolutamente diferente. Allí, en el espacio oscurecido y húmedo de la
pequeña parroquia de Cristo Redentor en la calle Inca del distrito del
Rímac, sólo su mirada iluminó con epifánico resplandor ese lunes de
esperanza. Su mirada tras sus modestos anteojos me decía de una persona
abnegada y cristalina. No obstantes, fue difícil conseguir esa
entrevista. El padre Gutiérrez había obtenido el Premio Príncipe de
Asturias en paralelo con el gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski, y
como siempre estaba con su tiempo congestionado. Él es un hombre de
baja estatura y lleva perennemente un bastón. Pero cuando habla y mira
profundamente, es un gigante lleno de lucidez y bondad. el padre gustavo gutiérrez
CRIOLLO Y CATÓLICO
Gustavo Gutiérrez Merino nació un 8
de junio de 1928 cerca al centro de Lima en el barrio de Monserrate o
también conocido como Cuartel Primero. Zona de bohemia y jaraneros, la
tierra de María Jesús Vásquez y Pedrito Otiniano, entre otros. El área
es especial porque ahí quedan la iglesia de las Nazarenas y la primera
iglesia que se conserva de Lima, el templo de San Sebastián. Y el padre
Gutiérrez fue bautizado en este templo igual que San Martín de Porres y
Santa Rosa de Lima. Y el mismo padre Gutiérrez confesaría que era
descendiente por la vía materna de las dinastías quechuas, y por ello
está arraigado al destino del Perú. Era travieso en ese entonces y ya
estudiaba la secundaria en el colegio Maristas de Lima. Pero ahí
comenzaron sus dolores. Su salud endeble y precaria fue atacada por una
grave osteomielitis que le impedía caminar. Su familia se muda a
Barranco donde vivió casi inmóvil hasta los 18 años cuando terminó la
secundaría en el colegio José María Eguren junto al gran poeta Juan
Gonzalo Rose quien influyera en esa manifiesta y muy pronto, gran
sensibilidad por la poesía y la mística.
La noche del último lunes
27 de mayo en la Católica, apenas pude saludarlo en una fila de sus
seguidores que ora querían que le firme el libro y ora que lo quería
llevar a Trujillo y más allá. Otros, que necesitaban de una misa y yo
que quería otra entrevista. A todos nos contestó con ternura. Oía,
miraba y decía, póngase allá, espere por favor un momento. Y entonces me
contó que en 5 días se regresaba a Chicago, Illinois, donde vive en la
Fraternite Notre Dame, un noviciado-seminario para futuros sacerdotes, y
hermanas religiosas. “Estoy mal con los bronquios”, me dijo. En efecto,
tosía cada cierto momento. Su camisa blanca y su chompa modesta no lo
abrigaban lo suficiente. Pero él no necesitaba, estaba abrigado con la
alegría que esa noche nos embargaba a todos.
Un joven se le acercó
con el libro. El padre Gutiérrez lo interrogó ¿de dónde es usted? Soy
de San Marcos le dijo. Esa es mi universidad, replicó jubiloso el
religioso. Cierto, él había ingresado a la Facultad de Medicina de la
Universidad Nacional de San Marcos donde estudia del 1947 al 1950
pensando en alcanzar un día la especialidad de psiquiatría. Pero el
mundo era más que injusto. El padre Gutiérrez a las 24 años toma la
decisión de ser sacerdote, luego de militar en el grupo Acción Católica y
esa opción vocacional le va a llevaría, por razón de estudios, a entrar
en contacto con diversos países europeos, donde leerá y conocerá a los
mejores teólogos como peritos en el concilio Vaticano II. Luego estudia
filosofía en Lovaina (1951-1954). Continúa estudios en la Facultad de
Teología de Lyon (1955-1959) y en Roma, frecuenta la Universidad
Gregoriana, donde obtiene la Licenciatura en Teología (1960).
LA FE DE LOS POBRES
Cuando se le pregunta que cómo
comenzó esta historia el padre Gutiérrez dice: “En una oportunidad me
invitaron a tratar el tema de la pobreza en Canadá. Era 1967 y yo quería
tener una opción distinta a “El corazón de las masas” de Voillaume
quien evitaba tratar el aspecto social cuando hablaba de los desvalidos.
El año de 1968 es clave para entender la historia última de los
peruanos. Fue en esa fecha que el padre Gutiérrez comienza a perfilar
su pensamiento y su fe desde la perspectiva del pobre y del excluido.
“Un 22 de julio de 1968 –recuerda el sacerdote—me pidieron que trate el
tema que se hablaba por esa fecha, ‘la teología del desarrollo’ y yo
dije que no. Yo decía ¿cómo anunciar el evangelio hoy? La teología se
hace para anunciar el evangelio al servicio de la Iglesia.
Y
habían tantas tendencias que pensaban en la teología como una metafísica
religiosa, no como anuncio histórico de liberación”. Desde esa vez le
surgieron contrarios que hasta lo tildaron de marxista. Pero en ningún
momento el Vaticano reprobó la teología de la liberación que como afirma
el padre Gutiérrez, “Trata de Dios, solo del amor de Dios y la vida de
Dios que son finalmente, su único tema”. Sus influencias fueron siempre
las ideas creativas humanistas de otros, religiosos o no. Ahí está el
pensamiento de Virgilio Elizondo, Johann-Baptist Metz, Paulo Freire. Y
hasta Camus, Sartre, Luis Buñuel, Ingmar Bergman pasando por los
peruanos Felipe Huamán Poma de Ayala, César Vallejo y José María
Arguedas.
Conocido es también el enfrentamiento con un sector de
la iglesia en el Perú. Yo había escrito hace un tiempo: “Monseñor
Cipriani es insuficiente para tanto pecador y tanto pobre en el Perú.
Repito lo que dicen aquí en mi iglesia, que no se puede con tanto
corrupto, también. No obstante, el país es religioso hasta sus cachas. A
más pecado, ponga yo amor, dice en su sermón el prelado. Sin embargo,
en la iglesia San Felipe Apóstol de San Isidro, temo decirlo, cada
domingo después de la misa, veo a menos feligreses y no a esa multitud
que solía acompañar los fastos del Señor todos los fines de semana. Por
ello, luego es estar en el Cusco y en Ayacucho en medio de la Semana
Santa, regreso a Lima comprobando que a este país cada día le faltan más
normas pero les sobra fe. Así, debo confesar, que desde hace buen
tiempo vivo asombrado por tamaña devoción. La de las procesiones, el de
fiestas de guardar, el de la entrega a los capítulos divinos y a la
militancia religiosa católica que aprendí de niño”.
Estaba esa
noche con una tos de perro, ya lo dije, este peruano ilustre que enfermó
de muy joven y que se sensibilizó con los sufrimiento físicos,
psicológicos y espirituales de los otros. Aquello le enseñó mucho acerca
de la esperanza, la compasión y la solidaridad. El mundo católico sabe
así que hay una iglesia activa y humana en acabar con las diferencias
económicas y las exclusiones sociales. Que el padre Gutiérrez vive junto
a muchos trabajando en ese canto de convicción con actos muy rotundos y
que dichosos aquellos que lo acompañan admirando su entrega y su
esfuerzo. Cuando ya nos vamos, recuerdo esas palabras proféticas del
padre Gutiérrez: “Cuando yo muera le pido que tengan en cuenta que yo
ame mucho más de lo que nunca me atreví a decir”.
CONTRA LOS CONSERVADORES
“El padre Gustavo Gutiérrez no sólo es
un intelectual brillante, un sacerdote como hay pocos, es sobre todo un
humanista que ha logrado conciliar el pensamiento teológico con la
acción social. Por ello, mucha gente lo admira porque les ha dado una
guía para darle un sentido a la vida, sirviendo a los demás, amándolos y
ayudándolos. Es probablemente el teólogo más práctico que conozco, pues
su verbo de inspiración evangélica es un llamado al comportamiento de
las personas, basado en la caridad, en la solidaridad y en la
compresión. Quizás, por ello su pensamiento es incómodo a aquellos
conservadores que piensan que la pobreza es un castigo de dios, y no un
resultado de procesos sociales que se basan en principios éticos
distintos a los del Padre Gutiérrez, y que ahora están muy arraigados en
el neoliberalismo predominante. El egoísmo (self interest), el
individualismo, el afán de lucro desmedido y otros, han permitido el
crecimiento económico, cuya característica es que "chorrea para arriba"
como él mismo ha señalado en varias oportunidades, por ello las
desigualdades no se reducen. Por esto, la Teología de la Liberación del
padre Gutiérrez, que es más libertaria que el neoliberalismo, porque al
igual que Amartya Sen, el desarrollo humano no puede alcanzarse sin
libertad y la libertad debe ser igual para todos”. Efraín Gonzales de Olarte. Vicerrector Académico. Pontificia Universidad Católica del Perú.
LA BIBLIA DE LA BIBLIA
En la primera edición de su célebre
“Teología de la Liberación. Perspectivas”, Gustavo Gutiérrez presentaba
su proyecto teológico como una reflexión crítica de la praxis
histórica. Así escribía: “La teología como reflexión crítica de la
praxis histórica es así una teología liberadora, una teología de la
transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por ende,
también de la porción de ella -reunida en ecclesia- que confiesa
abiertamente a Cristo. Una teología que no se limita a pensar el mundo,
sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el
mundo es transformado: abriéndose -en la protesta ante la dignidad
humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de
los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva
sociedad, justa y fraternal- al don del reino de Dios” (…) “La teología
de la liberación está estrechamente ligada a esta nueva presencia de los
que siempre estuvieron ausentes de nuestra historia. Ellos se han
convertido poco a poco en sujetos activos de su propio destino,
iniciando un proceso que está cambiando la condición de los pobres y
oprimidos de este mundo. La teología de la liberación (expresión del
derecho de los pobres a pensar su fe) no es el resultado automático de
esa situación y de sus avatares; es un intento de lectura de los signos
de los tiempos (...) en la que se hace una reflexión crítica a la luz de
la Palabra de Dios. Ella nos lleva a discernir seriamente los valores y
límites de este acontecimiento”. Teología de la Liberación. Perspectivas, Salamanca, 1972 (TL 1972), pp. 40-41.
Publicada en la revista “Variedades” Edición 325. 31/05/2013
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