google42f3ca3d0a624984.html SIETE DIAS CASMA

miércoles, 4 de junio de 2014

Fiorella Nolasco, la joven que sola se enfrenta a la mafia

Fiorella Nolasco contó sobre los difíciles momentos por los que está pasando mientras busca justicia. (Foto: Andrés Valle)

Fiorella Nolasco contó sobre los difíciles momentos por los que está pasando mientras busca justicia. (Foto: Andrés Valle)

Elevó su mano izquierda, en forma de puño, y gritó: ¡Siempre de pie y nunca de rodillas!
Lo repitió cuatro veces. Con el mismo tono de quien grita en un bosque para que lo rescaten. Con el mismo gesto de quien aprieta con los dedos una espada. Fiorela Nolasco Blas –metro sesenta, delgada y con un flequillo tirado hacia la derecha– caminó por las calles del Centro de Lima en busca de lo que parece imposible encontrar en este país: Justicia.
Aquel martes 29 de abril, un día opaco y con síntomas de llovizna, encabezó la ‘Marcha en contra del sicariato y la corrupción’. Acompañada de su madre Martha Blas, su hermana menor, Pamela, su abogada Linda del Valle, el congresista Modesto Julca y decenas de ancashinos, Fiorela Nolasco le dijo a un periodista, que la arrinconó con un micrófono: ‘Busco justicia’.
Una red criminal que estaría liderada por César Álvarez, expresidente regional de Áncash, había matado a su padre Ezequiel Nolasco hace solo 47 días y a su medio hermano Roberto Torres, cuatro años atrás. La muerte de esos dos hombres, juró Fiorela, no quedaría impune.
Estamos en el pueblo 3 de Octubre, en Nuevo Chimbote, un mes después de aquella marcha. En la fachada de la casa de la familia Nolasco Blas un grupo de cinco mujeres adereza los trozos de cabrito, que al mediodía serán vendidos para recaudar fondos. Una mujer gorda, que se encarga de lavar el arroz, hace gala de su humor negro. Le dice a un vecino que camina frente a ella: ‘Si no colaboras, te mato’, mientras traza con el dedo pulgar una línea horizontal sobre su cuello. Nadie ríe.
Después de la muerte de su padre, el 14 de marzo, Fiorela Nolasco denunció extorsiones que buscaban callarla. Organizó marchas en Chimbote. En Huaraz. En Lima. Exigió al presidente de la República, Ollanta Humala, que se manifestara. Acusó a cierta prensa de su región de venderse a los intereses de algunos políticos. Pidió que se investigara al congresista Heriberto Benítez por sus sospechosos vínculos con Álvarez. Lejos de derrumbarse frente a las pérdidas optó por enfrentarse, sin esconder el rostro, a esa mafia organizada que operaba en Áncash y había extendido sus ramas hasta Lima. El aseo moral de la sociedad -dice el escritor inglés Joseph Conrad- depende del individuo.
“Cuando vi tanta corrupción, me sentí asqueada. Es tan terrible ver cómo vivimos y sobre todo ver cómo se maneja la justicia. Aquí, la justicia debería tener otro nombre”, dice Fiorela, sentada en un viejo sofá de su sala mientras el día va aclarándose.
La leña con que se cocinan los trozos de cabrito, el arroz y los frejoles expulsa un humo blanco que incomoda a los policías que resguardan la casa de Fiorela. Son diez. Cinco en la puerta y otros cinco alrededor de la cuadra. Adentro, en la casa, hay cuatro agentes más de la Dirección de Seguridad del Estado. Están con ella si se asoma a la puerta para ver la calle. Si va a comprar a la bodega de en frente. Si tiene que ir al mercado. “Era un poquito incómodo, pero ya me acostumbré”, dice. Hace unas semanas le llegó una bolsa de regalo a la casa. Los agentes sospecharon. Lanzaron la bolsa hacia la calle, creyendo que era algún explosivo. Pero era un peluche. Fiorela lo recuerda ahora como algo gracioso, pero sabe que se deben evitar los riesgos. A sus 20 años, es la más odiada por la mafia norteña.
Al mediodía, Fiorela Nolasco acomoda una mesa al lado de la puerta que da a la calle. Desde ahí recibe a las personas que se comprometieron a colaborar con la ‘cabritada’. El dinero que recauda será usado para mantener a su familia. Desde que su padre fue asesinado, ni ella, ni sus dos hermanas, ni su mamá, trabajan por temor a las amenazas. Saben que sus pasos están siendo vigilados.
“Mi papá solo dejó la casa, un bote y un carro. Mira, esta casa ni siquiera lo compró, es herencia de mis abuelos. Lo único que hizo fue pintarlo”, aclara.
Es una vivienda de un piso. Por dentro las paredes están pintadas de color mostaza. La pintura del techo se está descascarando y el suelo es de baldosas. En la sala, las fotos del quinceañero de Fiorela adornan algunas repisas. A los quince años, ella tenía una vida normal. Iba al colegio, hacía las tareas, salía con los amigos y los domingos desayunaba con sus papás y sus tres hermanos. Cinco años después, es la jovencita más solicitada por la prensa nacional.
La casa de Fiorela se va llenando de vecinos, amigos y familiares que llegan para colaborar. Algunos de sus tíos se han sentado frente al televisor con el plato de comida en la mano. Están atentos a un encuentro futbolístico. ‘¡Míralo, ese es una bestia!’, grita uno de los tíos. Fiorela sonríe.
A César Álvarez le dicen ‘La bestia’.
A Fiorela Nolasco no le basta con ver a César Álvarez, ‘La bestia’, en la cárcel. Quiere que la supuesta red de corrupción que lidera caiga junto con él. ‘No se trata solo de él’, afirma. “Quiero que todos los culpables estén en la cárcel. Espero, si Dios quiere, que les den cadena perpetua”, agrega.
Dios.
Fiorela Nolasco Blas sigue creyendo en Dios. Sigue teniendo fe. Por eso se emociona ahora que una señora le regaló una cadenita de la Virgen María. La mira. Se la muestra a los oficiales. A sus hermanas. Pide que se la pongan. Pregunta cómo le queda. Sonríe. Parece feliz. Y me pregunto, parafraseando al poeta William Blake: ¿Qué Dios es este que promulgó leyes de paz y se viste de tempestades? No encuentro respuesta.
La tarde en el pueblo 3 de Octubre va llegando. Las luces de los postes se van encendiendo y mientras conversamos sobre su futuro y sobre el impacto que han generado sus duras críticas contra la corrupción, Fiorela no deja de acariciar la cadenita.
¿Te consideras un ejemplo para la juventud peruana?
No, ¿acaso he cambiado el mundo?
Pero te has enfrentado a una mafia.
Si de algo puede servir la muerte de mi padre y mi hermano, que sea para que los peruanos sepan que hay personas que luchan contra la corrupción hasta la muerte.
¿Qué sientes por César Álvarez?
Asco. Está bien, todos roban, pero a este no solo se le acusa de corrupción, sino también de asesinatos. Es una persona despreciable.
¿Esperas que tus reclamos y protestas también generen un espíritu crítico en los jóvenes?
Sí. Quisiera que los ciudadanos vivan su realidad, que no sean egoístas. Es hora de despertar.
Si no eres un ejemplo de lucha, ¿quién eres?
Soy Fiorela Nolasco Blas, tengo 20 años. Vivo en 3 de Octubre. No tengo plata, ni grandeza. La corrupción mató a mi papá y a mi hermano. Solo soy una chica que busca justicia.
Sí. A Fiorela la corrupción le quitó a su papá y a su hermano. A Fiorela, la corrupción le quitó la tranquilidad. A Fiorela, la corrupción le quitó la paz y la libertad.
A Fiorela, la corrupción le quitó todo.
O bueno, casi todo: excepto el coraje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario