Editorial: Vientre de alquiler
La señora Villarán está encarando este proceso electoral de forma muy cuestionable.
Pese a lo que algunas
visiones interesadas de nuestra línea editorial se esfuerzan en hacer
desaparecer, en su momento este Diario estuvo consistentemente en contra
del proceso de revocación de la alcaldesa Villarán. Nuestras razones
para ello eran, como lo explicamos, principalmente institucionales: se
trataba de rechazar la forma cómo en ese proceso, y en muchos otros en
el interior del país, se venía usando la institución de la revocación.
Habida cuenta de esto, y de la manera en que la alcaldesa esgrimió
también los argumentos institucionales contra su revocación, solo puede
resultarnos particularmente preocupante la vía por la que ha optado para
presentarse a la reelección, además de la concepción elástica que –una
vez más– ha demostrado tener de la palabra empeñada.
En efecto, la señora Villarán va a presentarse a las elecciones usando uno de los productos de la política chicha que más exitoso ha resultado a la hora de sacarle la vuelta a nuestra normativa electoral y de impedir que se forme un real sistema de partidos en el país: un vientre de alquiler. Un partido, esto es, que hace negocio “alquilando” su inscripción –y por lo tanto su derecho a postular a una posición– al mejor postor.
Preguntada por este asunto, la señora Villarán dice “sobre el dinero, no tengo idea del tema”. Una respuesta difícilmente aceptable: si no sabe nada del tema, debería de darse el trabajo de averiguar al respecto. Después de todo, cuando se hizo público que la señora Villarán postularía por Diálogo Vecinal (o, en sus palabras, que eso sería “lo más probable”), ya había un candidato que hacía propaganda con el nombre de ese partido y que inmediatamente denunció en las redes sociales que él había accedido a pagar US$150.000 a ese partido por su derecho a postular, habiendo sido desembarcado de la postulación porque los personeros de la señora Villarán habrían aparecido ofreciendo más.
La otra parte de la respuesta que Susana Villarán ha dado sobre su uso del vientre del alquiler –“tenemos un ideario en común”– es igualmente poco creíble. Se trata, después de todo, del mismo partido que, con el mismo dirigente que tiene hoy (Víctor Raúl Guerrero), presentó antes a la Alcaldía de Lima al más radical opositor de los regidores limeños a la gestión de Villarán: Jaime Salinas. Esto, en una campaña en la que Guerrero fue también acusado de vender las candidaturas distritales del partido, justo antes de que se pasara –si bien momentáneamente– a las filas de Luis Castañeda.
Por otra parte, la “viveza” con que la señora Villarán está encarando la normativa electoral en este proceso no acaba en lo anterior. Ella ha dicho que no pedirá licencia para su campaña porque la hará “en sus horas libres” y porque no habrá confusión entre el rol de alcaldesa y el de candidata considerando que, cuando esté en campaña, usará su chalina verde. Si lo de la campaña en las “horas libres” lo dice de buena fe, solo quedaría creerle a sus críticos más acendrados y concluir que, pese a ser la máxima autoridad de una de las ciudades más caóticas del continente, a la señora Villarán le sobra el tiempo libre. Y, bueno, sobre el efecto de la “chalina verde”… es como si para todo efecto práctico la alcaldesa hubiera hablado de una “chalina mágica”.
Luego está la poca transparencia con que, igual que en su campaña contra la revocación, la señora Villarán maneja el tema de las finanzas de su nueva campaña: los paneles que están apareciendo, ha dicho, los pagan “unos amigos”. Y el publicista Luis Favre, esta vez, la aconseja, al menos hasta el momento, gratuitamente, porque se han hecho “muy buenos amigos”.
Finalmente, aunque menor en cuanto a importancia, está el tema de la palabra. Porque la señora ha hecho con su promesa de que no iba a postular a la reelección lo mismo que hizo con su promesa de no volver a dar cargos públicos en la municipalidad a los funcionarios que fueran revocados: pasarle por encima. Y su justificación, el haber estado “convencida” en el momento que lo prometía, si es sincera, solo sirve para demostrar que no entiende el sentido de dar una promesa: no dejar sujeto al vaivén de las circunstancias lo que uno hará o no hará en el futuro. Justamente.
En efecto, la señora Villarán va a presentarse a las elecciones usando uno de los productos de la política chicha que más exitoso ha resultado a la hora de sacarle la vuelta a nuestra normativa electoral y de impedir que se forme un real sistema de partidos en el país: un vientre de alquiler. Un partido, esto es, que hace negocio “alquilando” su inscripción –y por lo tanto su derecho a postular a una posición– al mejor postor.
Preguntada por este asunto, la señora Villarán dice “sobre el dinero, no tengo idea del tema”. Una respuesta difícilmente aceptable: si no sabe nada del tema, debería de darse el trabajo de averiguar al respecto. Después de todo, cuando se hizo público que la señora Villarán postularía por Diálogo Vecinal (o, en sus palabras, que eso sería “lo más probable”), ya había un candidato que hacía propaganda con el nombre de ese partido y que inmediatamente denunció en las redes sociales que él había accedido a pagar US$150.000 a ese partido por su derecho a postular, habiendo sido desembarcado de la postulación porque los personeros de la señora Villarán habrían aparecido ofreciendo más.
La otra parte de la respuesta que Susana Villarán ha dado sobre su uso del vientre del alquiler –“tenemos un ideario en común”– es igualmente poco creíble. Se trata, después de todo, del mismo partido que, con el mismo dirigente que tiene hoy (Víctor Raúl Guerrero), presentó antes a la Alcaldía de Lima al más radical opositor de los regidores limeños a la gestión de Villarán: Jaime Salinas. Esto, en una campaña en la que Guerrero fue también acusado de vender las candidaturas distritales del partido, justo antes de que se pasara –si bien momentáneamente– a las filas de Luis Castañeda.
Por otra parte, la “viveza” con que la señora Villarán está encarando la normativa electoral en este proceso no acaba en lo anterior. Ella ha dicho que no pedirá licencia para su campaña porque la hará “en sus horas libres” y porque no habrá confusión entre el rol de alcaldesa y el de candidata considerando que, cuando esté en campaña, usará su chalina verde. Si lo de la campaña en las “horas libres” lo dice de buena fe, solo quedaría creerle a sus críticos más acendrados y concluir que, pese a ser la máxima autoridad de una de las ciudades más caóticas del continente, a la señora Villarán le sobra el tiempo libre. Y, bueno, sobre el efecto de la “chalina verde”… es como si para todo efecto práctico la alcaldesa hubiera hablado de una “chalina mágica”.
Luego está la poca transparencia con que, igual que en su campaña contra la revocación, la señora Villarán maneja el tema de las finanzas de su nueva campaña: los paneles que están apareciendo, ha dicho, los pagan “unos amigos”. Y el publicista Luis Favre, esta vez, la aconseja, al menos hasta el momento, gratuitamente, porque se han hecho “muy buenos amigos”.
Finalmente, aunque menor en cuanto a importancia, está el tema de la palabra. Porque la señora ha hecho con su promesa de que no iba a postular a la reelección lo mismo que hizo con su promesa de no volver a dar cargos públicos en la municipalidad a los funcionarios que fueran revocados: pasarle por encima. Y su justificación, el haber estado “convencida” en el momento que lo prometía, si es sincera, solo sirve para demostrar que no entiende el sentido de dar una promesa: no dejar sujeto al vaivén de las circunstancias lo que uno hará o no hará en el futuro. Justamente.
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