Para joder
Domingo, 08 de junio de 2014 | 4:30 am
¿Para qué sirve el periodismo político?, me preguntaron hace unos
días. Y nada. Respondí lo que leen como titular de esta columna. Para
joder. Porque el poder y todos aquellos que aspiran a conservarlo o
anhelan obtenerlo, qué creen, no soportan a la prensa libre e
independiente, que husmea todo el tiempo en busca de la verdad. Porque
les parece irritante, entrometida, aguafiestas. Y sobre todo, demasiado
curiosa, con ánimo de saber lo que hay detrás de las puertas, o debajo
de las alfombras, o dentro de los cajones, y si el caso lo exige, al
interior de las camas.
Y es que ello está en el oficio, digo. Destripar los hechos, desmenuzarlos, para sintetizarlos luego. Y contarlos. Pero claro. Esto a los poderosos no les hace mucha gracia. Que les digan sus verdades y que se oreen cosas que no desean que se conozcan. En consecuencia, el rol del periodista les suscita aprensión, recelo, pavor. Miedo a que se afecte su condición de poderosos, temor a perder influencia, preocupación a que detecten sus turbios manejos, estremecimiento a que transparenten sus contradicciones, turbación ante la posibilidad de mostrar sus ambiciones, angustia frente al hecho de que se ventilen sus mentiras. O sus delitos.
Y sin ese miedo, qué quieren que les diga, todo poder se vuelve arbitrario. Y hasta tiránico. Porque el poder es un afrodisiaco muy fuerte y peligroso. Así las cosas, como dice Arturo Pérez-Reverte: “El único medio que el mundo actual posee para mantener a los poderosos a raya, para conservarlos en los márgenes de ese saludable miedo, es una prensa libre, culta, eficaz, independiente. Sin ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles”.
Sobre el particular, el mismo escritor y periodista español, en el marco de la última entrega de los premios Ortega y Gasset de periodismo, recordaba que cuando tenía dieciséis años y empezaba sus pinitos como reportero en el diario La Verdad, de Cartagena, su director Pepe Monerri, un día le encargó que entrevistase al alcalde de la ciudad sobre un asunto de restos arqueológicos destruidos. Entonces, el joven Pérez-Reverte, abrumado por la responsabilidad, le respondió que entrevistar a un político era demasiado para él, que todavía no estaba preparado para ello, que tenía miedo de hacerlo mal. Y el director, mirándolo fijamente, echándose hacia atrás en el respaldo de la silla y sin dejar de observarlo, prendió un cigarro, y con calma le dijo algo que no olvida hasta el día de hoy: “¿Miedo?... Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti”.
Pues por ahí va la cosa, creo, volviendo a este asunto del periodismo político. Y es que si el periodismo no se convierte en contrapoder, adolece de épica, que es el ángulo desde el que me gusta ver el oficio, claro. Igual puede existir, por cierto, periodismo solvente y de calidad en otras áreas que no tienen que ver con la política. Pero en cuanto al poder se refiere, ahí hay que batallar por la verdad, por la libertad de información y por mantener en su sitio a todos aquellos politicastros que disfrutan abusando de su poder. Porque el poder enajena, marea, envanece, corrompe. “Dale todo el poder al hombre más virtuoso que exista, y pronto le verás cambiar de actitud”, dijo Herodoto. Y es así.
Por lo pronto, quien la tenía clara en sus tiempos fue Manuel González Prada. “En el Perú subsiste una veneración patológica al poder (…) y los peruanos olvidamos que la dignidad se funda en el desdén a los gobernantes”, escribió.
Ahora, si me preguntan, debo añadir que en esto del periodismo político, hay periodistas y periodistas. Algunos, verdaderamente comprometidos en ayudar al ciudadano a pensar con libertad y espíritu crítico, y otros que van por la vida como monos con metralleta, manipulando y embrollando en lugar de explicar. O están también los que silencian cosas, o fungen de savonarolas, o los que se presentan como serios y no son sino charlatanes impresentables. Como sea. La libertad de prensa, como sugirió Jefferson, es una suerte de mal necesario, con el que no se puede acabar so pena de exterminar el resto de las libertades.
Pedro Salinas (Lima, 1963) es periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y TV. En 1994 obtuvo, con César Lévano, el Premio Nacional de Periodismo y Derechos Humanos. Es autor de un par de obras de ficción y de varios ensayos. Además de ser columnista de La República, también escribe en el semanario Hildebrandt en sus trece. Es autor del blog Lavozatidebida.lamula.pe y en Twitter es @chapatucombi. Conduce también un programa diario en radio Exitosa (95.5FM).
Y es que ello está en el oficio, digo. Destripar los hechos, desmenuzarlos, para sintetizarlos luego. Y contarlos. Pero claro. Esto a los poderosos no les hace mucha gracia. Que les digan sus verdades y que se oreen cosas que no desean que se conozcan. En consecuencia, el rol del periodista les suscita aprensión, recelo, pavor. Miedo a que se afecte su condición de poderosos, temor a perder influencia, preocupación a que detecten sus turbios manejos, estremecimiento a que transparenten sus contradicciones, turbación ante la posibilidad de mostrar sus ambiciones, angustia frente al hecho de que se ventilen sus mentiras. O sus delitos.
Y sin ese miedo, qué quieren que les diga, todo poder se vuelve arbitrario. Y hasta tiránico. Porque el poder es un afrodisiaco muy fuerte y peligroso. Así las cosas, como dice Arturo Pérez-Reverte: “El único medio que el mundo actual posee para mantener a los poderosos a raya, para conservarlos en los márgenes de ese saludable miedo, es una prensa libre, culta, eficaz, independiente. Sin ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles”.
Sobre el particular, el mismo escritor y periodista español, en el marco de la última entrega de los premios Ortega y Gasset de periodismo, recordaba que cuando tenía dieciséis años y empezaba sus pinitos como reportero en el diario La Verdad, de Cartagena, su director Pepe Monerri, un día le encargó que entrevistase al alcalde de la ciudad sobre un asunto de restos arqueológicos destruidos. Entonces, el joven Pérez-Reverte, abrumado por la responsabilidad, le respondió que entrevistar a un político era demasiado para él, que todavía no estaba preparado para ello, que tenía miedo de hacerlo mal. Y el director, mirándolo fijamente, echándose hacia atrás en el respaldo de la silla y sin dejar de observarlo, prendió un cigarro, y con calma le dijo algo que no olvida hasta el día de hoy: “¿Miedo?... Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti”.
Pues por ahí va la cosa, creo, volviendo a este asunto del periodismo político. Y es que si el periodismo no se convierte en contrapoder, adolece de épica, que es el ángulo desde el que me gusta ver el oficio, claro. Igual puede existir, por cierto, periodismo solvente y de calidad en otras áreas que no tienen que ver con la política. Pero en cuanto al poder se refiere, ahí hay que batallar por la verdad, por la libertad de información y por mantener en su sitio a todos aquellos politicastros que disfrutan abusando de su poder. Porque el poder enajena, marea, envanece, corrompe. “Dale todo el poder al hombre más virtuoso que exista, y pronto le verás cambiar de actitud”, dijo Herodoto. Y es así.
Por lo pronto, quien la tenía clara en sus tiempos fue Manuel González Prada. “En el Perú subsiste una veneración patológica al poder (…) y los peruanos olvidamos que la dignidad se funda en el desdén a los gobernantes”, escribió.
Ahora, si me preguntan, debo añadir que en esto del periodismo político, hay periodistas y periodistas. Algunos, verdaderamente comprometidos en ayudar al ciudadano a pensar con libertad y espíritu crítico, y otros que van por la vida como monos con metralleta, manipulando y embrollando en lugar de explicar. O están también los que silencian cosas, o fungen de savonarolas, o los que se presentan como serios y no son sino charlatanes impresentables. Como sea. La libertad de prensa, como sugirió Jefferson, es una suerte de mal necesario, con el que no se puede acabar so pena de exterminar el resto de las libertades.
Pedro Salinas (Lima, 1963) es periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y TV. En 1994 obtuvo, con César Lévano, el Premio Nacional de Periodismo y Derechos Humanos. Es autor de un par de obras de ficción y de varios ensayos. Además de ser columnista de La República, también escribe en el semanario Hildebrandt en sus trece. Es autor del blog Lavozatidebida.lamula.pe y en Twitter es @chapatucombi. Conduce también un programa diario en radio Exitosa (95.5FM).
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