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jueves, 25 de julio de 2013

el papa francisco. foto internet.

¿Se debe pedir al papa Francisco que sea lo que no es?

Publicado: Hace 26 minutos
Por Juan Arias. El País (España). Existe un peligro frente a la apreciación popular acerca del papa Francisco: que se le pida ser lo que él no es. Ha habido una cierta idolatrización de su persona debido a sus gestos de despojarse de símbolos e insignias del poder, y de hacer suya la causa de los más pobres y olvidados, algo que puede ser hasta normal por la novedad que entraña en un sucesor de Pedro.
Es cierto, sin embargo, como escribe Clovis Rossi, uno de los más lúcidos analistas político-sociales de Brasil, que hasta ahora Francisco “no ha ofrecido sustancia”. Según él proclamar que la Iglesia debe estar con los pobres es ya antiguo en las predicaciones de la Iglesia.
Hay sin embargo una frase de Francisco al inicio de su pontificado que quizás sí sea sustancia: cuando dijo en su primer encuentro con los periodistas en Roma que le gustaría no sólo una Iglesia “de los pobres” —algo que en teoría siempre existió— sino también una “Iglesia pobre”, algo que cada vez existe menos.
Claro que Francisco, al mando de la nave de Pedro, tiene ahora en sus manos el poder de hacer ese su deseo realidad, es decir, “sustancia”.
Él ha empezado a hacerlo personalmente, también en su viaje aquí en Brasil. Exigió austeridad a su alrededor: rechazó coches de lujo, dormitorios especiales y hasta al chef de cocina del hotel más famoso de Río, el Copacabana Palace, y prefirió que le cocinasen unas monjas.
Sin embargo, su ejemplo no basta para quien tiene el poder de exigirlo a los que trabajan en la Iglesia y para la Iglesia. Habrá que esperar nuevas decisiones suyas al respecto.
El otro gran peligro, además de una idolatrización por la novedad de sus gestos innovadores, es el exigirle ser lo que él no es. Hasta ahora, en efecto, se ha hablado más de lo que Francisco es que de lo que no es.
Parece claro que es un papa que privilegia la sencillez de vida por encima de la pompa; que prefiere el contacto con la gente a los políticos y poderosos, algo que contradice la conducta de muchos de sus antecesores, que preferían en los viajes, por ejemplo, un contacto ostentoso hasta con famosos dictadores de izquierdas o de derechas.
Aquí en Brasil, durante los minutos en que conversó con la presidenta Dilma Rousseff, esta le preguntó si le gustaría encontrar a “alguna personalidad brasileña que no conocía”. Y Francisco les respondió: “Sí, a Dios”.
Rechazó la petición del Gobierno de convertir este viaje a Brasil en un viaje de Estado. Y así no tuvo que ir a Brasilia, centro del poder político.
Ha prometido renovar no sólo la Curia romana, centro de las intrigas de poder religioso y financiero, sino también el papado. Habrá que ver si es capaz de cumplirlo. Y parece que tiene intención de rehabilitar a los 500 teólogos de la Iglesia condenados al silencio por la ortodoxia de la poderosa Congregación de la Fe, heredera directa de la Inquisición. Como dice Rossi, eso sí sería “sustancia”.
Hasta aquí lo que Francisco parece ser. ¿Y lo que no es? Ha empezado a quedar claro ayer en Río, cuando frente a un grupo de jóvenes que se están recuperando del infierno de la droga en el hospital de San Francisco de Así, decepcionó a la mayoría de los intelectuales y políticos progresistas no sólo de Brasil sino de toda América Latina con su no rotundo a la liberalización de las drogas, que según él no resolvería el problema de lo que llamó los “mercaderes de la muerte”, refiriéndose a la violencia del tráfico de drogas.
Ayer, de algún modo, el mundo llamado progresista quedó confundido y desilusionado. ¿No es entonces Francisco el papa moderno que se decía?, parecían preguntarse todos los que, con unas motivaciones u otras defienden que no sea castigado el consumo de drogas, cuya venta, sostienen, debería ser permitida como las bebidas alcohólicas.
Y no será esta la única vez que Francisco va a desilusionar al llamado “mundo progresista” de fuera y dentro de la Iglesia. Porque el papa, del que se escribió ayer jocosamente que ha hecho aquí su primer milagro (“Hacer que los brasileños amen a un argentino”), va a desilusionar cuando aborde temas de ética sexual.
Por ejemplo, Francisco está en contra del aborto, no por motivos religiosos, dice, sino porque la ciencia afirma que los embriones tienen vida propia. Y escribe: "El derecho a la vida es el primero de los derechos humanos. Abortar es matar a quien no puede defenderse" (Sobre el Cielo y la Tierra, página 105).
Está en contra del matrimonio religioso de las personas del mismo sexo y de que adopten niños. En un manual de bioética entregado al millón de jóvenes peregrinos en Río se llega a dudar de la "salud mental" de los niños de padres homosexuales.
Está en contra Francisco de que la mujer pueda acceder al sacerdocio porque ello supondría crear una Iglesia “machista”, ya que según él “la tradición fundamental teológica es que lo sacerdotal pase por el varón”. Por tanto, cuestión zanjada en su pontificado.
Eso es lo que Francisco no es: un progresista en ética sexual o en feminismo.
¿Entonces todo el ruido de que se trata de un papa de ruptura, que podría revolucionar los fundamentos mismos de la Iglesia apelando a la tradición del cristianismo primitivo, carece de fundamento?
No. Hoy el lenguaje y la semántica pasan por una crisis profunda tanto en el campo político como religioso. Si ya significan poco los conceptos de izquierdas y derechas aplicados a la política y a la economía, también en lo religioso los clichés de progresista y conservador dicen poco.
¿Cómo se califica al papa Juan XXIII, que lanzó la revolución del Concilio Vaticano II? A 50 años de distancia pasa aún hoy por ser uno de los sucesores de Pedro más abiertos y audaces. Sin embargo, también el Papa Bueno era en el campo de la ética sexual tan tradicional o más que Francisco. Quién lee hoy su Diario del alma, se quedará sorprendido de ver en él la biografía espiritual de un papa simplemente piadoso, aferrado a la tradición incluso devocional, que piensa como un buen “párroco de pueblo”. Justamente de lo que Francisco ha sido criticado aquí por sus primeros discursos, de los que se ha escrito que no han sido ni más ni menos que los que podría haber pronunciado un “simple sacerdote de parroquia de suburbio”.
A Francisco hay que interpretarlo, en sus gestos y palabras, con los ojos y los oídos puestos más en las parábolas del Evangelio que en los textos eruditos de Agustín o Tomás de Aquino. Hay que analizar su conducta con la que tuvo el que abrió los caminos del futuro cristianismo, el profeta Jesús.
Ayer, ante los jóvenes que luchan para salir de la esclavitud de la adicción a las drogas, les recordó la parábola del Samaritano. Y comentándola recordó, como un puñetazo a la sociedad de los acomodados, que al igual que el religioso judío (levita) ante el herido en la calle pasó de lado y este fue socorrido sólo por un samaritano no creyente, también hoy tanta gente pasa al lado de los excluidos y necesitados y dice “yo no tengo nada que ver con eso”. Esa frase la pronunció con fuerza Francisco levantando la vista y mirando fijo a la gente.
Recordaba la respuesta de Caín: “¿Qué tengo yo que ver con mi hermano?”.
Ha llegado a escandalizar a algunos teólogos conservadores de la Curia la afirmación de Francisco de que también los ateos pueden salvarse “si hacen algo por los demás”.
Podría parecer una simpleza. No, en la Iglesia, una afirmación semejante en otros tiempos hubiese sido suficiente para deponer al papa de su cargo por “hereje”. La doctrina oficial afirma que sólo salva la gracia de Cristo, por lo tanto no existe salvación para los ateos, o como reza el viejo catecismo “fuera de la Iglesia no existe salvación".
El futuro dirá si Francisco, que en cuatro meses de pontificado ha hecho ya más ruido que algunos papas durante todo el suyo, es más importante por lo que es que por lo que no es y que algunos se empeñan en que sea.

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