12:35 - 26 Julio 2013
Autoridad católica habla de la inseguridad ciudadana y la corrupción que afecta el Perú y Chimbote.
Celebramos un año más el Aniversario de
la Independencia del Perú; y al mismo tiempo que contemplamos
maravillados la gesta emancipadora, sin duda alguna la página más
brillante de la historia nacional, detenemos también nuestra mirada en
el presente, intentando descubrir que nos depara el futuro, siempre
incierto, siempre enigmático.
Hace 192 años, nacía el Perú libre y
soberano, como síntesis hermosa de dos imperios y del encuentro de dos
mundos. En 1821 se iniciaba una nueva etapa en la vida de nuestro país,
imbuida de ideales de justicia, de progreso y de libertad.
La historia de la República, sin embargo
nos ha ofrecido con frecuencia lecciones tremendas de regresión y de
injusticia flagrante. Los pobres no han desaparecido y los excluidos
constituyen una gran mayoría.
La frase que acuñó España: iVale un
Perú!, expresión que durante la Colonia encandiló a mercaderes y
emigrantes, alucinados por el mito del oro y la ambición de riqueza, no
deja de ser dramática, si tenemos en cuenta que al inicio del Siglo XXI
miles de peruanos viven en el exterior donde trabajan y buscan mejores
condiciones de vida.
El Perú del siglo XXI presenta aún
heridas sangrantes: el difuso malestar ante un país que crece, pero que
aún sigue alimentando ingentes bolsas de pobreza; la inseguridad
ciudadana, que convierte la vida en una mercancía que se compra y se
destruye; la corrupción de hombres públicos, que sin pudor alguno,
convierten sus cargos en fuente de riqueza personal; la explotación
inmisericorde de los recursos naturales y el deterioro de la naturaleza;
el déficit de credibilidad que se observa en la sociedad.
Estas son realidades lacerantes que nos
interpelan a diario. El Perú será verdaderamente libre y soberano,
cuando todos sus hijos sean reconocidos en su dignidad, tengan un
trabajo que posibilite la subsistencia de las familias, el día que
desaparezcan los mendigos de nuestras calles y plazas.
Las recientes muertes acaecidas en
nuestra ciudad nos recuerdan cuán largo es el camino que tenemos que
transitar, si de verdad queremos ser reconocidos como cristianos.
Todavía somos caricaturas de lo que es un discípulo de Jesucristo el
Señor.
La fe no es una reliquia del pasado. La
fe desencadena un dinamismo impetuoso llamado a activar los carismas que
cada uno hemos recibido. La fe nos dice que no somos imprescindibles,
pero sí necesarios en el cuerpo social, si ponemos al servicio de los
demás los carismas que hemos recibido.
La fe en Dios y la confianza en nuestro
país han de darnos entusiasmo en la tarea; paciencia, en el trabajo con
los jóvenes; preocupación por los excluidos; gusto por atender a los más
dolientes de la sociedad; alegría de vivir, no en confrontación y
discordia, sino como un solo corazón y una sola alma al interior de
nuestra comunidad.
Que los hijos del Perú puedan repetir con el Salmista: “me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”
La fe renovada abrirá nuestra boca, para
cantar con ilusión nuestro Himno Nacional. La fe no es otra cosa que el
amor sorprendido y admirado de las grandezas y maravillas que Dios hizo
en favor nuestro. Junto al alto vuelo de la alabanza, practicaremos
también el vuelo bajo de la petición y de la súplica por nuestros
pecados, por nuestras indiferencias, por nuestras insensibilidades, por
nuestra sordera ante el grito de los humildes.
Monseñor Ángel Francisco Simón Piorno
Obispo de Chimbote
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