Opinión Por: GREGORIO MARTÍNEZ
Cabrito de Techo
En el campo agrario, donde se concentraban los negros esclavos, no existían gatos techeros. Solo morrongos de fogón. El gato techero es un típico fenómeno urbano en el Perú; mientras en otras ciudades, en París, en Roma o en Nueva York, por ejemplo, el techo es el predio expropiado por las palomas que migraron del monte.
Además, en el campo, donde las viviendas están aisladas, todo cabrito es techero. Durante años se murmuraba que en la casa de mi hermano Onésimo, en Coyungo, asustaban. Muchos que se habían alojado en su casa atestiguaban que, a medianoche, un rostro de ojos enormes asomaba por el tragaluz del techo. Intrigado, mi hermano que era muy incrédulo y curado de susto, un día decidió mantenerse alerta. Finalmente descubrió que se trataba de un cabrito que trepaba al techo por el horno y curioso asomaba por el tragaluz.
Valga aquí una atingencia, como decía el bardo Manuel Acosta Ojeda. Aunque el minino se muestre muy querendón y casero, arrimado al fogón, el caso científico es que el gato jamás entró a la domesticación. No hay felino doméstico. Situación que sí buscaron el perro y el caballo. Ellos la buscaron, no fue algo premeditado por el homo sapiens como soberbiamente lo cree la humanidad.
Igual que la paloma o la rata, el gato solo empezó a merodear el ámbito donde se estableció el homo sapiens al salir de la caverna. Sagazmente en espera de que los ratones se acercaran en busca de sobras de comida.
Fue en la urbe donde los criollos jaraneros afinaron la afición de comer gato. Para dorar la píldora establecieron como un ritual solo para los elegidos. Pero al principio el gato techero había sido un recurso ante la carencia de pollo o gallina que, antes que prosperara la avicultura, costaban un ojo de la cara.
En el caso del supuesto amor gastronómico de los negros por el gato techero, resultan ostensibles el prejuicio y el racismo concatenados. Entonces, el ideario doloso aflora cuando se sostiene que un potaje de gato es “manjar de esclavos”. Sentencia que establece, por lo tanto, que hay un “manjar de reyes” y es el único deseable. (Por: Gregorio Martínez)
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