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martes, 6 de mayo de 2014

Un Robin Hood panadero



La declaración de un ex presidente regional (2007-2010) podría ayudar a entender la relativa tolerancia del electorado frente a la deshonestidad en cargos públicos. Jaime Rodríguez, quien busca repetir el plato, afirma: “Como siempre mis enemigos dicen: ‘Se robó la plata en carretilla’. Sí, efectivamente (…) pero lo que yo robé compartí con ustedes, para que lleven un pan a su casa y vamos a seguir trabajando, porque la riqueza hay que compartirla con cada uno de ustedes”.
Allí está casi todo: el modus operandi, el plan social y el programa para un próximo gobierno. Sin embargo Rodríguez pone topes, al postular que sus predecesores y sucesores no usaban la carretilla, sino camiones y volquetes. Es de suponer que entiende que también puede haber demasiado de una buena cosa, o que la carretilla es por último un vehículo de uso popular, al que todos tienen acceso.
Sin embargo detrás de la sincera declaración, cuya eficacia electoral todavía está por verse, hay un modelo universalmente conocido y aceptado: Robin Hood, quien asaltaba a los ricos para aliviar a los pobres en un bosque medieval británico. Aunque para ser aceptada la leyenda exige ricos verdaderamente malos y un héroe viviendo a salto de mata la vida de los despojados.
Quizás, pues, el secreto de tantos políticos que mantienen seguidores, o por lo menos muchas simpatías, a pesar de las acusaciones, o incluso condenas que pesan sobre ellos está en la percepción de algo llamable una injusticia distributiva. La frase “Robó pero hizo obra” va directo al fondo de la cuestión: el servicio al público como un fin cuya obtención justifica más medios que los abiertamente confesables.
Pero la leyenda de Rodríguez vista de cerca permite ver árboles menos románticos que el bosque robinhoodiano, irregularidades en obras y desapariciones de fondos, que en la campaña de aquí a octubre van a volver a las primeras planas. Además de que el electorado le va a exigir que explique cómo sus robos se convirtieron en panes sobre la mesa de los moqueguanos.
Además, la idea misma de un pan sobre la mesa, una imagen política de la crisis, da la impresión de una autoridad repartiendo limosna a un conjunto de mendigos. Moquegua ya tenía un PBI per cápita anual de S/. 14,000+ en el 2012, S/. 3,000 más que Lima. Ciertamente no parece una población necesitada de elegir a un ratero confeso para alimentarse.
Algo nos dice que mientras se escribe esta columna, Rodríguez ya debe estar borroneando alguna forma de desactivación de su pintoresca sinceridad. Que tendrá que incluir la exculpación de sus acusados, y una explicación de su inquietante frase sobre que de ganar piensa seguir trabajando.

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