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viernes, 8 de noviembre de 2013

Espolón integro del cerro Mayorazgo, parte del complejo arqueologico Puruchuco - Huaquerones, completamente cubierto con evidencia arqueologica superficial y bajo tierra, a punto de ser destruida para la habilitacion de una carretera. Tomado de google earth 2013

¿Por qué debemos defender el patrimonio arqueológico?*

Publicado: Hace 4 horas
La destrucción de monumentos culturales o la afectación y desaparición de sitios arqueológicos o “guacas(1)” en el país se esta convirtiendo en un tema cotidiano, como el reflejo de un conflicto permanente en el que estos lugares parecen tener la de perder, como si carecieran de valor o significaran una traba para el país en conjunto. ¿Qué está pasando con el patrimonio arqueológico peruano?, ¿cuál es el conflicto profundo que explica la crisis en la que los testimonios del pasado nacional se juegan su supervivencia?
Muchas personas me han preguntado por qué se debe defender el patrimonio arqueológico, las guacas, por qué debemos cuidar algo que parece arruinado y viejo, qué es lo que nos vincula a eso. Y los que se hacen esa pregunta, la hacen primariamente como reflejo de un conflicto de identidad o autoestima, y esta es una cuestión crucial en la actualidad, porque como se verá después, puede condicionar el valor urbano y social de una ciudad, de un país, con un arraigo cultural milenario.
Desde mi análisis, este problema pasa por una apreciación sociológica y patrimonial. Los monumentos arqueológicos en el Perú no son bienes físicos sin importancia o con importancia mediática, son reliquias del pasado cuyo valor radica en aspectos de auto reconocimiento colectivo, ya que son agentes físicos de una identidad social vinculante en los cuales están depositados los vestigios de nuestro desarrollo nacional autónomo; guardan, con prístina pureza, los elementos esenciales de nuestra originalidad cultural y de la moral de nuestra sociedad. Son herencia y tesoro social del cual somos un reflejo.
Lamentablemente la historia nacional ha dejado traumas contundentes y la era colonial tiene mucho que ver con la desaprensión del patrimonio arqueológico. La colonia y su terrible proceso de destrucción y opresión social trastocaron mucho de los valores innatos de respeto a nuestro pasado y nuestra milenaria herencia cultural. Los actores y simpatizantes de la colonia europea siempre despreciaron nuestra naturaleza originaria, porque le parecía vergonzosa, sucia, vil, e hicieron todo lo posible para eliminar los vestigios de nuestra identidad autónoma, que incluyen las costumbres ancestrales, nuestra ideología y el respeto a la naturaleza y a nuestras guacas.
La identidad cultural, sostenida en costumbres inmemoriales, fue socavada desde que los europeos tocaron el Tawantinsuyu (el Perú) y se incrementó progresivamente durante la consolidación de la colonia. Los ayllus, pueblos andinos y la mayoría de peruanos quedaron relegados históricamente mediante los sistemas de explotación que fueron implantados, y cuyo pico remanente fueron los grandes sistemas semifeudalistas que sumieron a nuestro país en una desgracia opresiva con marcados matices esclavistas. Estos sistemas facilitaron la explotación inhumana y la segregación racial más vergonzosa de nuestra historia, donde la riqueza se concentró siempre en pocas manos, de los encomenderos primero, y por supuesto de sus herederos, los hacendados y gamonales de la colonia y la república.
Durante mucho tiempo las poblaciones nativas fueron totalmente segregadas, no tenían derecho a educación y eran tratadas con desprecio o con humillante paternalismo; y de este tiempo han derivado casi todos los prejuicios contra nuestra identidad, incluyendo el uso peyorativo de términos como “indio” o “cholo” tan comunes hoy en día.
En la actualidad los cambios sociales impuestos por diferentes factores, como la presión demográfica, el centralismo, o la reforma agraria, etc., han hecho que la realidad post colonial haya variado enormemente, sin embargo las aproximaciones oficiales a las costumbres ancestrales o a los testimonios arqueológicos de nuestro pasado no han variado en gran medida debido a que los estamentos gobernantes, desde la colonia, no se han visto reflejados nunca en un pasado originario, sino en una colonia idílica, en la cual los “indios” sus costumbres y su bagaje cultural son despreciados tácitamente. Ese es el sentimiento gobernante hoy, una verdadera reminiscencia de colonialismo.
La sociedad en general, sobreviviente del proceso colonial, ha sido en gran medida, como es evidente, enajenada de su identidad social primaria y más cuando ha sido despojada históricamente de sus tierras y su patrimonio. En este contexto, el desprecio por el pasado y los monumentos arqueológicos, especialmente cuando se propugna la destrucción oficial de estos testimonios, expone un sentimiento colonial puro: el de acabar con todas las trazas de un país indígena, andino, con costumbres milenarias que no son las mismas de Europa, y cuyo desarrollo no es el mismo de Europa, y por lo tanto no merece la pena conservar o mantener.
Esta tendencia por la destrucción del patrimonio cultural peruano, enfrenta figurativamente las huestes de un conservadurismo criollo recalcitrante, que destruye los monumentos nacionales mientras al mismo tiempo valora la plástica moderna y los monumentos de París; cuya posición va contra todos los criterios de preservación monumental contemporáneos y contra la sociedad que es heredera de ese patrimonio. La incongruencia es evidente. Entonces, si un gobierno no se identifica con su patrimonio arqueológico, con su pasado indígena, con su identidad milenaria, ¿cómo pueden verse identificadas grandes partes de la sociedad que no han racionalizado aun su concepto de identidad cultural, su perspectiva de origen, cuya aprehensión con su propio patrimonio cultural deriva de un proceso de enajenamiento sistemático?
“El Colonialismo supérstite”, como define José Carlos Mariategui las aspiraciones eurocentristas de la literatura peruana, es el mismo colonialismo mental de aquellos que, como el actual gobierno peruano, se inspiran en lo que proviene del extranjero para crear todos sus “modelos” de desarrollo y todos sus “modelos” de modernidad. Aquel desarrollo y aquella modernidad que no se reconoce así misma en sus tesoros nacionales o en sus reliquias más sagradas: las guacas. Es esa la “modernidad” que desprecia las ruinas de sus civilizaciones pasadas si estas no le reeditan económicamente.
Este es precisamente el prejuicio metal destructor de toda reliquia o monumento nacional que esté al frente de una carretera, que se interponga a una mina o que este dentro de una propiedad privada; cuya lógica inevitable en el Perú es que no se pueden salvar los sitios arqueológicos si estos “interrumpen” el desarrollo nacional. Por su puesto este enfrentamiento es falso o tendencioso, y el hecho es que los sitios arqueológicos son el testimonio más puro del desarrollo nacional, y su consideración debería pasar por este reconocimiento inmediato. La importancia del patrimonio es negada a priori sobre la base de un desprecio necio por el pasado nativo y la ignorancia monumental hacia el tratamiento del patrimonio cultural peruano. La verdadera modernidad, hoy, no destruye los testimonios de su pasado histórico, los protege, los estudia.
La mayoría de los conflictos que involucran los sitios arqueológicos y el patrimonio cultural parten, entonces, de la premisa de un prejuicio colonial (cuyo principal exponente es el gobierno) y de la desidia e ignorancia sobre el tratamiento de los bienes culturales, que el mismo gobierno alienta en todas las instancias industriales e institucionales asociadas al desarrollo nacional, cuyo eje principal pasa por las obras publicas. Esta realidad refleja una ironía, ya que son los sitios arqueológicos, las guacas y sus tesoros culturales, los principales agentes del desarrollo nacional, y el turismo es un ejemplo de ello.
Pero los sitios arqueológicos no están allí para convertirse en sitios turísticos, los monumentos nacionales no son paradas visuales para la sublimación alucinante y las fantasías etéreas de turistas extranjeros, los sitios arqueológicos son el testimonio de nuestro largo proceso cultural, de nuestra misma existencia física e histórica, por cuya razón deben ser tratados con respeto y preservados por siempre. La destrucción de cualquier monumento arqueológico peruano, de cualquier guaca, solo por este hecho, debería traer como consecuencia la más grande ignominia social.
Pero la realidad es otra y terrible. Proyectos civiles que involucran la destrucción de inmensos sitios arqueológicos, como la Guaca Puruchuco (un complejo arqueológico con varios miles de años de antigüedad, Fig. 1), se trazan sin reparos previendo estos hechos, es decir, se hacen deliberadamente sabiendo que grandes e importantes monumentos nacionales van a ser afectados o destruidos. Esto es trazar una carretera sabiendo que va a pasar por la pirámide de Keops en Egipto, o por la Pirámide del Sol de Teotihuacan en México. Esta previsión destructiva desnuda claramente la inoperancia e inutilidad de las instituciones estatales cuya función es preservar el patrimonio, es decir función directa del Ministerio de Cultura (antes INC). Si el Ministerio de Cultura no tiene el criterio suficiente para estimar la afectación negativa de un monumento, como la Guaca Puruchuco, que puede ser visto desde kilómetros de distancia, entonces esta institución no podría preservar ningún otro monumento nacional, menos los pequeños sitios, o aquellos que se encuentran bajo tierra (talleres líticos, conchales, cementerios, etc.).
El caso de Puruchuco es impresionante por su elocuente inconsistencia técnica y patrimonial. La afectación de un monumento por una carretera, en plena ciudad capital, Lima, es un ejemplo de la gran mediocridad de los planificadores urbanos, arquitectos e ingenieros peruanos, que no están tomando en cuenta los factores históricos, sociales y culturales vinculados al entorno donde se plantea el proyecto. Esto pone a los técnicos responsables ya mencionados en un nivel intelectual paupérrimo, y demuestra con excesiva nitidez la ignorancia sobre cuestiones mínimas de cultura y planificación en el desarrollo de las obras civiles de la ciudad.
Un monumento como Puruchuco merece un tratamiento que involucre y reestablezca contundentemente su intangibilidad total(2) , no solo de su área física, sino de su entorno inmediato, lo cual descalifica a priori cualquier obra que este en contra de esta premisa. Para salvaguardar un sitio arqueológico, una guaca, no se debe propugnar su intervención sino su resguardo, entre otras cosas porque su importancia no radica en su valor como objeto turístico, sino como patrimonio nacional, como monumento histórico. Si esto no se comprende a cabalidad no se va a poder proteger el patrimonio arqueológico nacional, no solo en Lima, sino en cualquier lugar del país.
En el Perú, es necesario pensar los sitios y testimonios arqueológicos como monumentos de nuestra propia identidad, como sitios sagrados donde se encuentran las huellas y marcas de nuestros ancestros, donde descansa el espíritu milenario de nuestra nacionalidad. Los sitios arqueológicos deben ser preservados porque constituyen valores tangibles de nuestra autoestima, porque son guacas, porque somos nosotros mismos.
Tenemos que sacudirnos de esta lacra ideológica de supervivencia colonial y propugnar la defensa de las guacas nacionales para la preservación íntegra de nuestra historia, de nuestro pasado, ante la ignorancia y la prepotencia. Nuestro pasado nos identifica, nos engrandece.

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(*)   Originalmente este  artículo se escribio el 2008 como una reflexión a propósito de la pretendida demolición parcial de la Guaca San Marcos. Esta es una versión corregida y editada. 
(1) Guaca. Al menos desde el siglo XIV esta palabra fue usada en los andes para designar aquello con connotaciones sagradas. Así fue descrita por los españoles a partir del siglo XVI. Hasta el día de hoy "guaca" es el termino que se usa para designar los sitios arqueológicos del Perú, y literalmente puede entenderse como “sagrado”.
(2) El cerro Mayorazgo, donde se encuentra el complejo arqueológico de “Puruchuco- Huaquerones” fue declarado zona arqueológica intangible en 1985 (R.D.N Nro. 295-INC). El año 2003 no obstante, el Director del Instituto Nacional de Cultura (INC), arqueólogo Luis G. Lumbreras, mediante la Resolución Directoral Nacional Nro. 268/INC del 16 de mayo, autoriza la demolición del espolón del cerro Mayorazgo donde se encuentran los importantes vestigios arqueológicos de Puruchuco. El año 2001 este mismo arqueólogo había sido contratado para realizar el “rescate” arqueológico de la zona y así procurar su destrucción y la habilitación de una carretera.

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