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viernes, 22 de febrero de 2013

“El Apra, la muerte y el olvido” por Javier Torres Seoane

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Por: Javier Torres Seoane*
Hablar del APRA con objetividad es tarea imposible. Es un tema sobre el cual la pasión se sobrepone a la razón y la perspectiva de las cosas se pierde. Nunca voy a estar de acuerdo con quienes creen que el APRA siempre fue un grupo de ineptos y corruptos, porque eso sería negar el valor de muchos apristas y su aporte a la historia del Perú. Sin embargo las reapariciones de ciertos personajes nos muestran que el APRA ha quedado reducido a su lado más oscuro.
El drama del APRA se inicia en 1932 cuando no se le permitió ser oposición en democracia y se expulsó a sus representantes ante el Congreso Constituyente. El APRA se convirtió en un partido de exiliados, perseguidos y presos, fuera de la ley y condenado por la Iglesia Católica, la que desde los púlpitos acusaba de homosexuales a sus líderes y amenazaba con excomulgar a quienes fueran apristas.
Eran tiempos en los que era inimaginable que algún dirigente aprista le besara el anillo al Cardenal de Lima. Justamente en estos días en las que el APRA celebra su retorno a controlar la burocracia, ninguno de sus líderes –y al parecer tampoco sus militantes- han recordado que se cumplen 75 años del llamado Año de la Barbarie, en el que la pena de muerte fue reimplantada para condenar a muerte a sus militantes.
En esos tiempos lejanos el aprismo luchaba por los derechos de los trabajadores, promovía el sindicalismo, y por ello la oligarquía peruana lo condenó a vivir fuera de la ley. Setenta y cinco años más tarde una nueva oligarquía aplaude fervorosamente cada gesto presidencial que reduzca aun más los precarios derechos de los trabajadores. Hoy, el APRA nos habla de deberes, en una cruzada que ciertamente muchos aplauden, pero sobre todo aquellos que creen que los derechos son sobre costos laborales, o trabas para la inversión.
La perversión de ese aguerrido movimiento de jóvenes universitarios y sindicalistas de los años veinte ha terminado degenerando en la adhesión a un líder carismático cuya ausencia de ideas propias es notoria, por lo menos Haya de la Torre tuvo la visión de lo que él llamó la “unidad continental”, por lo menos, aunque terminó aliado con sus perseguidores, organizó el primer movimiento de masas del Perú. García en cambio vive única y exclusivamente para el poder. Sin él su vida parecería no tener sentido.
Haya escribió libros y ensayos, intentando –con lucidez o sin ella- explicar el pensamiento de su tiempo, y lo que es más importante, todos sus líderes fundadores sin excepción llevaron una vida austera, como la que llevaban sus militantes, a diferencia de aquellas autoridades y funcionarios que durante el periodo 85-90 se convirtieron en nuevos ricos, les dieron el puntillazo final a las empresas públicas, desataron la más grave crisis económica de nuestra historia, promovieron y/o toleraron la formación de bandas paramilitares e hicieron que la violencia desde el Estado se generalizara a través de desapariciones y ejecuciones extrajudiciales además de permitir que Sendero Luminoso asesinara a cientos de peruanos y peruanas, entre ellos muchos militantes provincianos de su partido, que asumieron el reto de ser alcaldes y gobernadores en tiempos de violencia.
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*Antropólogo PUCP, Director de Noticias SER. Publicado originalmente en Ideele Radio y http://www.losandes.com.pe/

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