La costra nostra
Estamos atrapados. A pesar de los
espectaculares numeros de crecimiento nacional, no hemos sido capaces de
evitar que un sistema eficazmente corrupto se seque como costra a
nuestro alrededor. La democracia ha terminado siendo un argumento de
campaña antes que una realidad tangible, un invento griego antes que un
sistema que beneficie a todos los habitantes de un país, una entelequia a
la que todos mentan, pero nadie puede i se atreve a definir.
Una muestra más de este confinamiento sutil es la convocatoria a votar sobre la Revocatoria Municipal.
Los bandos se han dividido en dos: los
del Sí y los del No. A un lado se aglomeran mentes de pensamientos
liberales, al otro quienes ven en la actual alcaldesa una afrenta a
aquella costra, la “costra nostra”, llena de infraestructura pero que
filtra un humor amarillento de complicidad y maquiavelismo pragmático.
Una vez más, la aceitada maquinaria del
fraude, el engaño y la decepción hace presa de todos. Nos la encontramos
tras la vitrina de las galerías, empotrada en la pared de un chifa y en
cada bus, taxi y mototaxi que nos arriesgamos cada día a tomar.
La costra nostra es su blindaje, su
fuente de argumentos falaces y su cobijo cuando es tiempo de huir y
mimetizarse con el paisaje.
Todo aquello que podamos percibir con
alguno de nuestros sentidos tiene algo o mucho de esta odiosa costra. La
sentimos, la oimos, la saboreamos y hasta soñamos con ella luego de
fisgonear por última vez en las redes sociales.
Todos la comentan, interpretan, reciclan,
y regurgitan de mil formas, en un afán supuestamente esclarecedor que
lo único que hace es retorcer aún más el ya complejo circuito de
falsedades o verdades a medias, golpes bajos, infiltraciones y demás
triquiñuelas que a estas alturas a quienes ya pasaron la barrera de los
cuarenta ya les parece una rutina cíclica eterna a la que nos obliga a
mirar, como en La Naranja Mecánica; la costra nostra.
Quien abrigue alguna esperanza de novedad
en esta ocasión, es penoso deber recordarle que la costra nostra ha
demostrado en ya incontables veces su eficacia. La tasa de éxito de la
que se pavonea frente a nuestra opaca visión es contundente. No sólo en
elecciones sino también en su gran capacidad para aplastar espíritus
fomentando el tortazo y la chacota por sobre el divertimento sano. Su
pluma esta escondida en cada uno de los miles de folios que abarrotan
los pasillos del poder judicial, en los ilegibles mamotretos en un
contrato bancario o de seguros, en una comisaría burócrata, en una
atención que es de emergencia sólo para quienes no son “emergentes”, en
una cáscara de mandarina voladora pegada en el parabrisas, y en tantos
otros momentos de nuestras vidas que nos saturan, a tal punto que, a
manera de un bloqueo cerebral, decidimos justificar o evadir, pero nunca
criticar.
Más allá de las encuestas y opiniones de
los “expertos”, todo hace pensar que la Revocatoria – sin importar sus
galletas, fideos, Castañedas, Marco Tulios ni tinterilladas – pasará;
que en Abril nos encontraremos sin alcaldesa y que todo empezará de
nuevo, justificando la inacción con la “ineficiencia ” del municipio
anterior, y decerrajando los pocos candados que se habían logrado cerrar
contra las mafias (que no son entes abstractos ni producto de una mente
conspirativa, sino híbridos vivos, de carne hueso y mugre.)
¿Los culpables? Nosotros. Los mismos que
al ver el caos que vendrá antes de aceptar nuestra responsabilidad (como
tantas veces en el pasado) la sublimaremos atiborrándonos con la última
fuga del Santa Mónica, el último parricidio, Combates, Esto es Guerras y
Noticieros repletos de cámaras de seguridad como plato fuerte.
La costra nostra habrá ganado nuevamente.
¿El caos? Culpa de Villarán. Poco importa: la rentabilidad proyectada
es enorme y la impunidad, infinita.
Lima, el Perú, una vez más tendrá lo que
merece: el perro con rabia que decidió adoptar por piedad y por que “en
realidad, es lindo”. La realidad paradisíaca hecha de papeles pegoteados
sobre sucias paredes de barracón. “La vida, una ilusión”. Y somos unos
tromes en ilusionarnos.
Así que, aquí vamos otra vez….o no?
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