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viernes, 22 de febrero de 2013

La costra nostra

Estamos atrapados. A pesar de los espectaculares numeros de crecimiento nacional, no hemos sido capaces de evitar que un sistema eficazmente corrupto se seque como costra a nuestro alrededor. La democracia ha terminado siendo un argumento de campaña antes que una realidad tangible, un invento griego antes que un sistema que beneficie a todos los habitantes de un país, una entelequia a la que todos mentan, pero nadie puede i se atreve a definir.
Una muestra más de este confinamiento sutil es la convocatoria a votar sobre la Revocatoria Municipal.
Los bandos se han dividido en dos: los del Sí y los del No. A un lado se aglomeran mentes de pensamientos liberales, al otro quienes ven en la actual alcaldesa una afrenta a aquella costra, la “costra nostra”, llena de infraestructura pero que filtra un humor amarillento de complicidad y maquiavelismo pragmático.
Una vez más, la aceitada maquinaria del fraude, el engaño y la decepción hace presa de todos. Nos la encontramos tras la vitrina de las galerías, empotrada en la pared de un chifa y en cada bus, taxi y mototaxi que nos arriesgamos cada día a tomar.
La costra nostra es su blindaje, su fuente de argumentos falaces y su cobijo cuando es tiempo de huir y mimetizarse con el paisaje.
Todo aquello que podamos percibir con alguno de nuestros sentidos tiene algo o mucho de esta odiosa costra. La sentimos, la oimos, la saboreamos y hasta soñamos con ella luego de fisgonear por última vez en las redes sociales.
Todos la comentan, interpretan, reciclan,  y regurgitan de mil formas, en un afán supuestamente esclarecedor que lo único que hace es retorcer aún más el ya complejo circuito de falsedades o verdades a medias, golpes bajos, infiltraciones y demás triquiñuelas que a estas alturas a quienes ya pasaron la barrera de los cuarenta ya les parece una rutina cíclica eterna a la que nos obliga a mirar, como en La Naranja Mecánica; la costra nostra.
Quien abrigue alguna esperanza de novedad en esta ocasión, es penoso deber recordarle que la costra nostra ha demostrado en ya incontables veces su eficacia. La tasa de éxito de la que se pavonea frente a nuestra opaca visión es contundente. No sólo en elecciones sino también en su gran capacidad para aplastar espíritus fomentando el tortazo y la chacota por sobre el divertimento sano. Su pluma esta escondida en cada uno de los miles de folios que abarrotan los pasillos del poder judicial, en los ilegibles mamotretos en un contrato bancario o de seguros, en una comisaría burócrata, en una atención que es de emergencia sólo para quienes no son “emergentes”, en una cáscara de mandarina voladora pegada en el parabrisas, y en tantos otros momentos de nuestras vidas que nos saturan, a tal punto que, a manera de un bloqueo cerebral, decidimos justificar o evadir, pero nunca criticar.
Más allá de las encuestas y opiniones de los “expertos”, todo hace pensar que la Revocatoria – sin importar sus galletas, fideos, Castañedas, Marco Tulios ni tinterilladas – pasará; que en Abril nos encontraremos sin alcaldesa y que todo empezará de nuevo, justificando la inacción con la “ineficiencia ” del municipio anterior, y decerrajando los pocos candados que se habían logrado cerrar contra las mafias (que no son entes abstractos ni producto de una mente conspirativa, sino híbridos vivos, de carne hueso y mugre.)
¿Los culpables? Nosotros. Los mismos que al ver el caos que vendrá antes de aceptar nuestra responsabilidad (como tantas veces en el pasado) la sublimaremos atiborrándonos con la última fuga del Santa Mónica, el último parricidio, Combates, Esto es Guerras y Noticieros repletos de cámaras de seguridad como plato fuerte.
La costra nostra habrá ganado nuevamente. ¿El caos? Culpa de Villarán. Poco importa: la rentabilidad proyectada es enorme y la impunidad, infinita.
Lima, el Perú, una vez más tendrá lo que merece: el perro con rabia que decidió adoptar por piedad y por que “en realidad, es lindo”. La realidad paradisíaca hecha de papeles pegoteados sobre sucias paredes de barracón. “La vida, una ilusión”. Y somos unos tromes en ilusionarnos.
Así que, aquí vamos otra vez….o no?

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