Cómo curarse del susto por S/.20

Publicado: Hace 11 horas
La araña que picó a Irving, de 8 años, no llegó a matarlo. Ni siquiera le dejó una herida profunda pero, según hila la madre, desde el episodio de la araña Irving enfermó, dejó de comer, no prestaba atención ni a Bob Esponja, se despertaba por las noches con los alaridos propios del terror nocturno y su pelota de fútbol, que antes era el verdadero motivo de su existencia, ahora yacía en similar oscuridad en un rincón de la casa. Había algo más: le ardían las orejas. La madre, Edith, acudió donde el curandero de confianza, uno de los muchos chamanes que habitan en Chachapoyas, y don Víctor, curtido en medicina no tradicional, diagnosticó a Irving de un vistazo y con rotundidad: “susto”.
Si el susto es la respuesta física y emocional a lo inesperado, en este caso una araña, don Víctor evaluó únicamente el aspecto del niño, su semblante, sus orejas rojas. Es decir, si lo que en realidad le ocurría a Irving era emocional y tenía que ver, por ejemplo, con una incapacidad para memorizar la tabla de multiplicar o con la frustración de fallar un penal y ser abucheado por ello, don Víctor nunca lo supo porque su teoría trasciende lo humano: el susto, dice, está casi siempre relacionado con el rapto del alma por un espíritu que ha sido perturbado. Por eso, sigue diciendo, los pacientes como Irving están como ausentes, lejos de la realidad, porque su alma ha sido capturada.
foto: morgana vargas llosa
¿Y la araña? La araña, en este caso, fue el agente que dejó abierta la puerta para que el espíritu maligno se apoderara del alma de Irving.
Para tratar a Irving, don Víctor convocó a dos de sus habituales colaboradores: Salvador y Daniel. Mientras Edith veía un programa concurso en la televisión, los tres hombres mascaban coca, fumaban tabaco y se persignaban alrededor del niño, tumbado en una cama. El niño también mascaba coca para “jalar el espíritu que lo había asustado”. Los restos de las hojas de coca eran escupidos en un balde. Dentro del balde se formó una masa compuesta por los escupitajos del aguardiente y las hojas de coca más las plantas medicinales, el agua de siete espíritus y la cal que don Víctor iba echando. Al cabo de treinta minutos, y después de varios cigarros y rezos, don Víctor untó la masa en el cuerpo de Irving, que permanecía callado y atento a las indicaciones del curandero. Edith, como en casa, se sacó los zapatos y empezó a hacer zapping.
La ropa que Irving trajo puesta fue enterrada cerca del pantano donde, según don Víctor, inmediatamente apareció una luciérnaga (“Ahí, en la luz, está el espíritu libre de Irving”). Finalizada la sesión, Irving tomó una sopa ligera, se puso ropa limpia y se despidió de sus sanadores con un apretón de manos.
Don Víctor, que hasta ese instante no estaba enterado de la picadura de la araña, le dijo a Edith al oído que tuviera cuidado pues durante el trance tuvo visiones y alguna de estas visiones tenía forma de arácnido. Edith agradeció la información, le deslizó veinte soles por el tratamiento y se fue a casa pensando que esa noche no se metería a la cama sin antes comprar un mosquitero.