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sábado, 28 de enero de 2012

Uchuraccay
Se han cumplido 29 años de un hecho traumático para el periodismo, no solo peruano, sino también mundial. En Uchuraccay, una remota comunidad campesina en las alturas de Huanta (Ayacucho), ocho periodistas, un guía y un comunero, fueron asesinados por una turba de 50 campesinos frenéticos, ebrios y con un terror salvaje, que los confundieron con una columna de Sendero Luminoso, grupo terrorista al que las comunidades iquichanas le habían declarado la guerra.
Las comunidades de Haychao, Uchuraccay e Iquicha se encontraban en las alturas de la provincia de Huanta y se caracterizaban por ser grupos muy herméticos, pero mantenían su feroz tradición guerrera.
Los senderistas, en su mayoría universitarios de Huamanga, no sabían con quiénes se metían cuando empezaron a ingresar a las comunidades para obligarlos a dar vivas al ‘pensamiento Gonzalo’ y a matar sus pocos animales que tenían o les robaban alimentos.
El líder, el camarada ‘Martín’, era sanguinario y en diciembre de 1982 asesinó al gobernador y al presidente de la comunidad de Huaychao. Fue la gota que derramó el vaso. Los líderes de las comunidades se rebelaron y secretamente le declararon la guerra a Sendero.
En enero de 1983, una columna de 24 sediciosos llegaron al pueblo y fueron reducidos y asesinados por los campesinos. Días después, en Uchuraccay, otros cinco senderistas fueron muertos. Era una guerra silenciosa. Desigual. Ni siquiera en Huanta se sabía lo que sucedía en las alturas. Pero el 21 de enero, comuneros de Huaychao y Marcabamba mataron a siete senderistas y avisaron al
comando político militar.
Los militares accedieron a un pedido de periodista de ‘Caretas’ y el fotógrafo Óscar Medrano llegó a Huaychao. Y, efectivamente, constataron que los iquichanos se estaban enfrentando a Sendero. La foto de portada, con los senderistas muertos, al lado de campesinos y militares, causó polémica.
En Lima, un sector de la izquierda que dirigía el ‘Diario de Marka’ no creía que los campesinos asesinaban a los senderistas, sino los militares. Eduardo de la Piniella, un colorado, alto, arreglado y con mucha chispa limeña, no creía las informaciones oficiales. Hasta el presidente Fernando Belaúnde había calificado de ‘patriotas’ a los comuneros.
Propuso hacer algo arriesgado, viajar hasta Huaychao por su cuenta para saber la verdad. Se lo propuso a todos los colegas, sin excepción. A las 5 de la madrugada, calladitos, partieron en un taxi alquilado. Los que se convertirían en mártires del periodismos fueron junto a De la Piniella: Pedro Sánchez (fotógrafo) y Félix Gavilán (corresponsal del Diario de Marka), el redactor Jorge Luis Mendívil y el fotógrafo Willy Retto (El Observador), Jorge Sedano (fotógrafo de La República), Amador García (fotógrafo de la revista Oiga), Octavio Infante (Noticias de Ayacucho), Juan Argumedo (guía) y Severino Huamán (comunero).
Llegaron a Uchuraccay sin problemas. Pero no contaban que en la casa del presidente de la comunidad, Fortunato Gavilán García, los campesinos estaban discutiendo cómo iban a defenderse de un inminente ataque de Sendero Luminoso.
Chacchaban coca y tomaban para darse valor, pues los Sinchis habían llegado en helicóptero y solo les habían dado una orden: ‘Maten a todo el que venga a pie, nosotros vamos a llegar por aire’. Justo en ese momento llegaban los hombres de prensa. La turba los recibió a pedradas, hondazos y, pese a que Argumedo les explicaba que eran periodistas y no terroristas, los comuneros, sobre todo las mujeres, tal como se vio en el extraordinario testimonio gráfico de Willy Retto, que siguió tomando fotos hasta el último instante de su vida, siguieron atacándolos.
Tanto la Comisión de la Verdad, como la investigadora que presidió Mario Vargas Llosa, echaron por tierra la hipótesis que fueron elementos extraños -como los Sinchis o militares-, quienes acabaron con los hombres de prensa. Fueron los comuneros quienes los ultimaron. La comunidad pagó caro estar entre dos fuegos. 173 comuneros, entre ellos 57 mujeres, fueron masacrados en Uchuraccay por hordas senderistas y en otros casos por militares.
Pero lo absurdo, lo aberrante de esta masacre, no debe opacar el valor de estos periodistas que desafiaron todo para lograr descubrir la verdad, en medio de una salvaje guerra interna que iniciaron las hienas de Abimael Guzmán y arrastraron a comuneros que ya tenían bastante con vivir olvidados por el Estado.
Hugo Robles Cruz

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