Hay personajes que nos hacen relamer nuestras obsesiones sin
llegar al hartazgo sino a otra clase de placeres. Cristo, la principal
figura de una de las religiones más “imponentes” de la historia de la
humanidad, es uno de ellos. Alguna vez recorrí las catorces estaciones
del vía crucis y hallé un personaje eterno, erótico, doloroso y escribí
directa o indirectamente sobre él, siempre. El siguiente texto es uno de
tantos y no deja de ser la palabra de un hombre torturado, entregado a
su delirio antes de la muerte y al poder del que le hablaron desde que
nació.
Vía crucis
I
Jesús es condenado a muerte
El agua cae y no es santa, es mi muerte en la boca del que se lava,
Padre. Es la condena de otros esta misma y se ofrece como la furia de
los que gritan imprecaciones después de mi nombre. A todos ellos me
enseñaron a llamar hermanos y por eso hoy moriré amando a todos los
hijos de mi padre y sus pecados.
II
Jesús carga con la cruz
No es el madero sobre mi hombro, sino el peso de la muerte de tu
nombre entre sus dientes y sus gritos, oh Padre. Mira cuántos hombres
han de
seguirme y no lo saben. No creen que yo pueda perdonar. Sus mujeres y
sus hijos caerán en devoción a los pies de las columnas queriendo
sentir este peso que es sudor amargo junto a las gotas de sangre que me
recorren como insectos.
III
Jesús cae por primera vez
Sus risas son serpientes que despiertan en el nido para celebrar este
cuerpo como raíz que se expulsa. Si no pertenezco al cielo durante esta
caída, por qué no soy otra piedra de tu Reino. Ahora sé de la rabia que
cabe en las mujeres que me acompañan al Gólgota. Bien sabes que besarán
en las heridas de sus hijos los huecos de mis palmas y mis pies.
IV
Jesús encuentra a la Virgen
Madre, no vengas detrás de mí. Pierde tus pasos y tu cansancio entre
los hombres por los que diste lo que aún no llevabas en el vientre.
Míranos: somos el destino tangible de las tardes en las que nos hicimos
hermanos de nuestros enemigos. Ora, mujer, por ellos y por mí, cuando el
cielo no distinga y sea la bestia sobre las manos que me coronaron.
V
Jesús es ayudado por Simón el cireneo a llevar la cruz
Hermano, no es tu ruta el Monte del Gólgota y no son tus manos
las que deberán recibir los clavos, ni tus pies la boca temblorosa de
mujer alguna. Celebra con ellos mis espinas, pierde tu misericordia
porque todos serán perdonados y entre ellos tú. ¿No escuchas, Simón,
cómo te rezo para que no sea éste tu calvario? No des sombra a mi cuerpo
con el tuyo. No me quitan la vida, soy yo el que la entrega.
Pero ¿cómo hablo al cireneo, Padre, si es que mi voz no pronuncia y por su cuerpo contra el sol, tengo sombra y breve sosiego?
VI
Verónica limpia el rostro de Jesús
Es tu cuerpo el manto que guarda la herida y no el telar. Son tus
manos estos dos ojos destruidos dentro de sus párpados tentados a
mostrar la ira del infierno que no poseo. Soy ahora un hombre sediento,
el hijo de cuyo reino nadie cree que puede caber en estas gotas de
sangre. Pero escucha mujer, nadie va al padre sino es por mí. Mi corazón
es fuerte y latía por este día desde que amó por primera vez a los
hombres. Me aceptarán como hermano y entre ellos me hallaré vivo o
muerto viéndolos orar de rodillas.
VII
Jesús cae por segunda vez
Vendrá el reino y será edificado sobre la polvareda que levantan
mis huesos quebrados dentro de la piel que fue bautizada en las aguas
del Jordán. Vendrá el reino sobre el dolor y castigo, sobre el placer de
los infieles, sobre la muerte, y esta caída será templo y perdón.
VIII
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Las que gritaban entre serpientes han visto en mí al hijo que
cargaron como fruto y han venido a lavar mis pies con su llanto, a tocar
mi corona y apretarla entre sus manos para que no la carguen nunca sus
propios hijos. Por eso habrán de rezar, de adorar, de creer. No hará
falta que me abran el pecho y arrimen mis huesos para que puedan hundir
sus manos y tocar mi corazón porque late ya en su llanto, mujeres de
Jerusalén. Digan que tocaron al hijo de Dios y creyeron en él, al rey de
los judíos, al hombre.
IX
Jesús cae por tercera vez
No fui tentado en el desierto cuando tuve hambre. No elegí mujer y
tampoco demostré poder. Caigo para que mis heridas abiertas lleven la
tierra sobre la que derramo sangre que oficiará el nombre santo de mi
Padre. El demonio me tienta, lo veo: alacranes entre los pies de las
mujeres esperando el dolor de mi caída. Yo padeceré para salvarlos de él
y de su fuego eterno y no cederé a la tentación de no sufrir por
ustedes mis hermanos. No pediré a mi padre la ascensión sino hasta
después de haber resucitado.
X
Jesús es despojado de sus vestiduras
Me las arrancan como si fueran la piel de un banquete que sólo
ofrecerá hambre. No hay desnudez en el hijo de Dios, sólo toman lo que
les será dado en comunión. Este es mi cuerpo que ha sido entregado, el
nido sobre el que los pájaros y los hombres sabrán de la traición al
masticar gusanos o sus propios muertos.
XI
Jesús es clavado en la cruz
¿Cuántas veces oré sabiendo que vendrían por la noche? Oraba por mis
asesinos. ¿Cuántas veces miré a mi madre y supe que abrazaría las
astillas de esta cruz recibiendo la burla y poca compasión de los
romanos? Esconde sus ojos el que clavó mis palmas y se embriaga pensando
en la mujerzuela que ama el que clavó mis pies, pero no podrán esconder
su acto en la tierra sobre la que caerá mi Padre como lluvia o como el
fuego que consuma sus almas si no se arrepienten. Y mi Padre, al que
deben temer y el que les tendrá misericordia; ha caído en mi boca para
tocar el dolor que salía por ella. Cae, se desploma sobre mis gritos más
desgraciados sin ser lluvia aun. ¡Padre! ¿Por qué me abandonaste y
entre ellos que no creen? Entre ellos que no saben por qué he de morir
esta noche.
XII
Jesús muere en la cruz en medio de dos ladrones
Padre, se misericordioso y ayúdame a perdonar, como yo te he
perdonado. ¿Por qué a mí si soy tu único hijo, me tendiste el destino de
morir como un bastardo? Han mojado con una esponja remojada en vino
agrio mis labios. Se convierte en la traición que calma la sed de la
serpiente dentro de mí y quisiera ser por un momento un hombre que
busque venganza, pero reconozco el pecado y la tentación. Es el demonio
quien ronda esta cruz, el que reclama y baila como el fuego o ardor de
mis heridas y pone veneno en mi corazón. Es él quien roza la esponja
antes de que la expriman en mi boca. Me tienta a traicionarte como Judas
hizo conmigo. Me tienta a no perdonar y es eso lo que he hecho todos
los días de mi vida, sí, perdonarlos por lo que aún no cometían contra
mí. Es el demonio, Padre, está aquí entre nosotros pero no logra
envenenarme en contra de mis hermanos y descansará su ojo sobre el mío
sabiendo que fui más fuerte en la hora de mi muerte y entre las palabras
de estos dos hombres que robaron para tener como destino y en la muerte
una cruz al lado de la mía.
XIII
Jesús es descendido de la cruz y puesto en brazos de María, su madre
Él nos salvará, María, madre nuestra. Recibe el cuerpo de tu hijo y
las palabras de su apóstol más devoto, el que no lo negó tres veces, ni
lo vendió por monedas y al que encomendó tu corazón diciendo he ahí a tu
madre. Han extinguido su dolor sobre la cruz. Lo han arrojado sobre ti
como una tela sucia de su sangre. Han matado a tu hijo, pero no olvides
lo que nos dijo en la cena, la última, la más sagrada. Querrán tocar los
huecos de sus manos y atravesarlo, pero no los dejes sino hasta que
haya resucitado. Abraza su cuerpo como a un columna porque el resto del
templo caerá, pero no tú, mujer santa, que nos lo entregas para que el
Padre perdone.
XIV
Jesús es sepultado en el sepulcro mientras esperam su resurrección y ascensión a los cielos
Yo esperaba la palabra de Jesús y exigí su cuerpo porque era reino.
Pilatos me lo entregó diciendo, ve José de Arimatea, por el rey de los
Judíos y has lo que tengas que hacer.
No fui crucificado como él pero hallé en su cuerpo mis propios clavos
y el dolor de cargar al Hijo junto al olor de su muerte y no sentir
entre labios secos su último aliento. Compré una sábana de lino y
acariciando su frente después de quitarle la corona y limpiarla, oré por
él y por su madre. Lo cargué entre las calles y lo llevé a un sepulcro
donde guardé su cuerpo esperando su resurrección. Después oré así al
padre:
Venga a nosotros tu reino, perdona a los que mancharon sus manos con
la sangre de tu hijo y no nos dejes caer en tentación. Líbranos de las
sucias serpientes que se ofrecieron como mujerzuelas a los hombres y
mujeres que dieron muerte al Salvador. Líbranos, Señor, de no creer en
ti.