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sábado, 30 de marzo de 2013

Cristo: la violenta y placentera cruz de una ficción eterna


Hay personajes que nos hacen relamer nuestras obsesiones sin llegar al hartazgo sino a otra clase de placeres. Cristo, la principal figura de una de las religiones más “imponentes” de la historia de la humanidad, es uno de ellos. Alguna vez recorrí las catorces estaciones del vía crucis y hallé un personaje eterno, erótico, doloroso y escribí directa o indirectamente sobre él, siempre. El siguiente texto es uno de tantos y no deja de ser la palabra de un hombre torturado, entregado a su delirio antes de la muerte y al poder del que le hablaron desde que nació.
Vía crucis
I
Jesús es condenado a muerte
El agua cae y no es santa, es mi muerte en la boca del que se lava, Padre. Es la condena de otros esta misma y se ofrece como la furia de los que gritan imprecaciones después de mi nombre. A todos ellos me enseñaron a llamar hermanos y por eso hoy moriré amando a todos los hijos de mi padre y sus pecados.
II
Jesús carga con la cruz

No es el madero sobre mi hombro, sino el peso de la muerte de tu nombre entre sus dientes y sus gritos, oh Padre. Mira cuántos hombres han de
seguirme y no lo saben. No creen que yo pueda perdonar. Sus mujeres y sus hijos caerán en devoción a los pies de las columnas queriendo sentir este peso que es sudor amargo junto a las gotas de sangre que me recorren como insectos.
III
Jesús cae por primera vez
Sus risas son serpientes que despiertan en el nido para celebrar este cuerpo como raíz que se expulsa. Si no pertenezco al cielo durante esta caída, por qué no soy otra piedra de tu Reino. Ahora sé de la rabia que cabe en las mujeres que me acompañan al Gólgota. Bien sabes que besarán en las heridas de sus hijos los huecos de mis palmas y mis pies.
IV
Jesús encuentra a la Virgen

Madre, no vengas detrás de mí. Pierde tus pasos y tu cansancio entre los hombres por los que diste lo que aún no llevabas en el vientre. Míranos: somos el destino tangible de las tardes en las que nos hicimos hermanos de nuestros enemigos. Ora, mujer, por ellos y por mí, cuando el cielo no distinga y sea la bestia sobre las manos que me coronaron.
V
Jesús es ayudado por Simón el cireneo a llevar la cruz
Hermano, no es tu ruta el Monte del Gólgota y no son tus manos las que deberán recibir los clavos, ni tus pies la boca temblorosa de mujer alguna. Celebra con ellos mis espinas, pierde tu misericordia porque todos serán perdonados y entre ellos tú. ¿No escuchas, Simón, cómo te rezo para que no sea éste tu calvario? No des sombra a mi cuerpo con el tuyo. No me quitan la vida, soy yo el que la entrega.
Pero ¿cómo hablo al cireneo, Padre, si es que mi voz no pronuncia y por su cuerpo contra el sol, tengo sombra y breve sosiego?
VI
Verónica limpia el rostro de Jesús

Es tu cuerpo el manto que guarda la herida y no el telar. Son tus manos estos dos ojos destruidos dentro de sus párpados tentados a mostrar la ira del infierno que no poseo. Soy ahora un hombre sediento, el hijo de cuyo reino nadie cree que puede caber en estas gotas de sangre. Pero escucha mujer, nadie va al padre sino es por mí. Mi corazón es fuerte y latía por este día desde que amó por primera vez a los hombres. Me aceptarán como hermano y entre ellos me hallaré vivo o muerto viéndolos orar de rodillas.
VII
Jesús cae por segunda vez
Vendrá el reino y será edificado sobre la polvareda que levantan mis huesos quebrados dentro de la piel que fue bautizada en las aguas del Jordán. Vendrá el reino sobre el dolor y castigo, sobre el placer de los infieles, sobre la muerte, y esta caída será templo y perdón.
VIII
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Las que gritaban entre serpientes han visto en mí al hijo que cargaron como fruto y han venido a lavar mis pies con su llanto, a tocar mi corona y apretarla entre sus manos para que no la carguen nunca sus propios hijos. Por eso habrán de rezar, de adorar, de creer. No hará falta que me abran el pecho y arrimen mis huesos para que puedan hundir sus manos y tocar mi corazón porque late ya en su llanto, mujeres de Jerusalén. Digan que tocaron al hijo de Dios y creyeron en él, al rey de los judíos, al hombre.
IX
Jesús cae por tercera vez

No fui tentado en el desierto cuando tuve hambre. No elegí mujer y tampoco demostré poder. Caigo para que mis heridas abiertas lleven la tierra sobre la que derramo sangre que oficiará el nombre santo de mi Padre. El demonio me tienta, lo veo: alacranes entre los pies de las mujeres esperando el dolor de mi caída. Yo padeceré para salvarlos de él y de su fuego eterno y no cederé a la tentación de no sufrir por ustedes mis hermanos. No pediré a mi padre la ascensión sino hasta después de haber resucitado.
X
Jesús es despojado de sus vestiduras

Me las arrancan como si fueran la piel de un banquete que sólo ofrecerá hambre. No hay desnudez en el hijo de Dios, sólo toman lo que les será dado en comunión. Este es mi cuerpo que ha sido entregado, el nido sobre el que los pájaros y los hombres sabrán de la traición al masticar gusanos o sus propios muertos.
XI
Jesús es clavado en la cruz
¿Cuántas veces oré sabiendo que vendrían por la noche? Oraba por mis asesinos. ¿Cuántas veces miré a mi madre y supe que abrazaría las astillas de esta cruz recibiendo la burla y poca compasión de los romanos? Esconde sus ojos el que clavó mis palmas y se embriaga pensando en la mujerzuela que ama el que clavó mis pies, pero no podrán esconder su acto en la tierra sobre la que caerá mi Padre como lluvia o como el fuego que consuma sus almas si no se arrepienten. Y mi Padre, al que deben temer y el que les tendrá misericordia; ha caído en mi boca para tocar el dolor que salía por ella. Cae, se desploma sobre mis gritos más desgraciados sin ser lluvia aun. ¡Padre! ¿Por qué me abandonaste y entre ellos que no creen? Entre ellos que no saben por qué he de morir esta noche.
XII
Jesús muere en la cruz en medio de dos ladrones
Padre, se misericordioso y ayúdame a perdonar, como yo te he perdonado. ¿Por qué a mí si soy tu único hijo, me tendiste el destino de morir como un bastardo? Han mojado con una esponja remojada en vino agrio mis labios. Se convierte en la traición que calma la sed de la serpiente dentro de mí y quisiera ser por un momento un hombre que busque venganza, pero reconozco el pecado y la tentación. Es el demonio quien ronda esta cruz, el que reclama y baila como el fuego o ardor de mis heridas y pone veneno en mi corazón. Es él quien roza la esponja antes de que la expriman en mi boca. Me tienta a traicionarte como Judas hizo conmigo. Me tienta a no perdonar y es eso lo que he hecho todos los días de mi vida, sí, perdonarlos por lo que aún no cometían contra mí. Es el demonio, Padre, está aquí entre nosotros pero no logra envenenarme en contra de mis hermanos y descansará su ojo sobre el mío sabiendo que fui más fuerte en la hora de mi muerte y entre las palabras de estos dos hombres que robaron para tener como destino y en la muerte una cruz al lado de la mía.
XIII
Jesús es descendido de la cruz y puesto en brazos de María, su madre
Él nos salvará, María, madre nuestra. Recibe el cuerpo de tu hijo y las palabras de su apóstol más devoto, el que no lo negó tres veces, ni lo vendió por monedas y al que encomendó tu corazón diciendo he ahí a tu madre. Han extinguido su dolor sobre la cruz. Lo han arrojado sobre ti como una tela sucia de su sangre. Han matado a tu hijo, pero no olvides lo que nos dijo en la cena, la última, la más sagrada. Querrán tocar los huecos de sus manos y atravesarlo, pero no los dejes sino hasta que haya resucitado. Abraza su cuerpo como a un columna porque el resto del templo caerá, pero no tú, mujer santa, que nos lo entregas para que el Padre perdone.
XIV
Jesús es sepultado en el sepulcro mientras esperam su resurrección y ascensión a los cielos
Yo esperaba la palabra de Jesús y exigí su cuerpo porque era reino. Pilatos me lo entregó diciendo, ve José de Arimatea, por el rey de los Judíos y has lo que tengas que hacer.
No fui crucificado como él pero hallé en su cuerpo mis propios clavos y el dolor de cargar al Hijo junto al olor de su muerte y no sentir entre labios secos su último aliento. Compré una sábana de lino y acariciando su frente después de quitarle la corona y limpiarla, oré por él y por su madre. Lo cargué entre las calles y lo llevé a un sepulcro donde guardé su cuerpo esperando su resurrección. Después oré así al padre:
Venga a nosotros tu reino, perdona a los que mancharon sus manos con la sangre de tu hijo y no nos dejes caer en tentación. Líbranos de las sucias serpientes que se ofrecieron como mujerzuelas a los hombres y mujeres que dieron muerte al Salvador. Líbranos, Señor, de no creer en ti.

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