Peligrosa terquedad presidencial, por Juan Paredes Castro
Persiste en Humala y en Jara la enorme y tenaz terquedad de creer que no tienen que corregir nada fundamental hacia dentro
- Juan Paredes Castro
- Analista político
- @JuanParedesCast
El presidente Ollanta Humala y la primera ministra, Ana Jara,
creen ingenuamente que el fraccionado diálogo político ha logrado el
control de la marea alta y que el gobierno ya puede volver a navegar
como si nada hubiera pasado.
El problema para zarpar en una nueva ruta, desde un deseado punto de quiebre hacia el 2016 (no a velocidad de crucero, por supuesto) no es el vaivén brusco de la marea.
El problema de fondo es la pérdida de rumbo de la nave gubernamental a causa de la insólita intromisión de tripulantes audaces e impertinentes en el tablero de mandos y hasta en el timón, donde Humala y Jara comparten responsabilidades como números 1 y 2 del poder político constitucionalmente establecido.
Humala y Jara parecen confiar en exceso en que el diálogo político del lunes 9 y el anuncio inmediato del cierre de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI) han tranquilizado las aguas y que pueden hacerse a la mar sin ceder posiciones de ninguna clase.
Pueden pensar por lo tanto que no necesitan del Apra ni del fujimorismo para graduar la temperatura confrontacional del momento y de los próximos meses.
La verdad es que las cosas no van a arreglarse con callar al ministro del Interior, Daniel Urresti, con ponerle rienda corta a las reacciones polémicas del titular de Defensa, Pedro Cateriano, con volver políticamente invisible al mandamás del sector Justicia, Daniel Figallo, y con prometer un consejo de notables para quitarle el tufo montesinista a la DINI descubierta con las manos en la masa.
Además de que esto último representa una simplificación burda de los errores mayúsculos en el manejo del Gabinete: lo que Humala y Jara tienen delante de sí y en el horizonte, de modo desafiante, es a una primera dama, la señora Nadine Heredia, nuevamente empoderada en el timón y en el tablero de mandos de la embarcación hoy encallada.
No es para menos: Heredia debe lidiar con la resaca de su frustrado proyecto de postulación presidencial, con su ímpetu de encabezar la futura lista del Partido Nacionalista al Congreso y con las graves denuncias por ingresos económicos no sustentados y presuntos vínculos empresariales con el hoy prófugo y otrora amigo suyo y del presidente, Martín Belaunde Lossio.
La crisis política vigente supone, pues, el reconocimiento de un punto muerto, por ahora, sin salida a la vista, mientras persiste en Humala y en Jara la enorme y tenaz terquedad de creer que no tienen que corregir nada fundamental hacia adentro y que el espectáculo del reciente diálogo con partidos de segunda línea basta y sobra para ganar una importante cuota de sobrevivencia del Gabinete.
Humala y Jara debieran comenzar por recuperar los espacios de control del poder que Nadine Heredia les resta cada día y por remover de sus puestos a los más desgastados miembros del gobierno.
De otro modo, Jara corre el riesgo de que una censura suya, no salvada ni descartada hasta hoy, pudiera colocar a su eventual reemplazante, como ya pasó con ella misma, muy lejos del voto de confianza del Congreso.
Entiéndase bien: no habrá manera de sostener a Jara sin cambios ministeriales drásticos, como tampoco sostener al propio gobierno bajo la intermitente ambigüedad de un poder de a dos: el de Humala y Heredia.
El problema para zarpar en una nueva ruta, desde un deseado punto de quiebre hacia el 2016 (no a velocidad de crucero, por supuesto) no es el vaivén brusco de la marea.
El problema de fondo es la pérdida de rumbo de la nave gubernamental a causa de la insólita intromisión de tripulantes audaces e impertinentes en el tablero de mandos y hasta en el timón, donde Humala y Jara comparten responsabilidades como números 1 y 2 del poder político constitucionalmente establecido.
Humala y Jara parecen confiar en exceso en que el diálogo político del lunes 9 y el anuncio inmediato del cierre de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI) han tranquilizado las aguas y que pueden hacerse a la mar sin ceder posiciones de ninguna clase.
Pueden pensar por lo tanto que no necesitan del Apra ni del fujimorismo para graduar la temperatura confrontacional del momento y de los próximos meses.
La verdad es que las cosas no van a arreglarse con callar al ministro del Interior, Daniel Urresti, con ponerle rienda corta a las reacciones polémicas del titular de Defensa, Pedro Cateriano, con volver políticamente invisible al mandamás del sector Justicia, Daniel Figallo, y con prometer un consejo de notables para quitarle el tufo montesinista a la DINI descubierta con las manos en la masa.
Además de que esto último representa una simplificación burda de los errores mayúsculos en el manejo del Gabinete: lo que Humala y Jara tienen delante de sí y en el horizonte, de modo desafiante, es a una primera dama, la señora Nadine Heredia, nuevamente empoderada en el timón y en el tablero de mandos de la embarcación hoy encallada.
No es para menos: Heredia debe lidiar con la resaca de su frustrado proyecto de postulación presidencial, con su ímpetu de encabezar la futura lista del Partido Nacionalista al Congreso y con las graves denuncias por ingresos económicos no sustentados y presuntos vínculos empresariales con el hoy prófugo y otrora amigo suyo y del presidente, Martín Belaunde Lossio.
La crisis política vigente supone, pues, el reconocimiento de un punto muerto, por ahora, sin salida a la vista, mientras persiste en Humala y en Jara la enorme y tenaz terquedad de creer que no tienen que corregir nada fundamental hacia adentro y que el espectáculo del reciente diálogo con partidos de segunda línea basta y sobra para ganar una importante cuota de sobrevivencia del Gabinete.
Humala y Jara debieran comenzar por recuperar los espacios de control del poder que Nadine Heredia les resta cada día y por remover de sus puestos a los más desgastados miembros del gobierno.
De otro modo, Jara corre el riesgo de que una censura suya, no salvada ni descartada hasta hoy, pudiera colocar a su eventual reemplazante, como ya pasó con ella misma, muy lejos del voto de confianza del Congreso.
Entiéndase bien: no habrá manera de sostener a Jara sin cambios ministeriales drásticos, como tampoco sostener al propio gobierno bajo la intermitente ambigüedad de un poder de a dos: el de Humala y Heredia.
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