Anita modosita, por Fernando Rospigliosi
Cerrar temporalmente la DINI y encargar su restructuración a una comisión de notables no tiene sentido.
- Fernando Rospigliosi
- Analista político
En realidad, todos saben que el problema no es la piadosa y afable Jara, sino otros ministros que hacen de las suyas escudándose tras las faldas de la primera ministra y, en última instancia, la traba es la pareja presidencial, que es inamovible.
Así, los reclamos para que salga Jara y la moción de censura que circula en el Congreso no apuntan a ella ni a sus calidades personales, sino a su escaso poder que le impide remover a los ministros y, en el fondo, a la manera cuartelaria de gobernar de la pareja presidencial.
En suma, la estrategia de la pareja habría sido mantener a la bonachona y cordial Jara como escudo de la media docena de ministros indeseables cuyas cabezas piden diversos grupos de oposición.
Pero también existen diferencias entre las “facciones” de Palacio, es decir, entre la del presidente Ollanta Humala y la de su esposa Nadine Heredia. No parece casualidad que la propuesta para cerrar la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI) haya sido formulada por Jara y la primera dama, ante la sonrisa displicente de Humala.
La discrepancia no residiría en que la DINI haya estado espiando ilegalmente a propios y extraños sino, hasta donde se sabe, en que Nadine le reprocharía al presidente haber confiado en sus torpes compañeros de promoción, que han realizado un pésimo trabajo. No pudieron desacreditar a los espiados y encima fueron descubiertos con las manos en la masa.
Nadine y Jara propusieron y dispusieron, y luego presentaron su desatinada alternativa sobre la DINI como un acuerdo del diálogo. En verdad, allí no se discutió –y menos se acordó– nada. Cada uno de los presentes dijo lo que se le ocurrió en sus cinco minutos y al final Jara planteó las cosas que a ella y a Nadine les convenían, incluyendo una muy vaga oferta para aumentar el salario mínimo en el segundo semestre para distraer la atención con una discusión que hoy no tiene pertinencia.
Cerrar temporalmente la DINI y encargar su reestructuración a una comisión de notables no tiene sentido. En primer lugar, la DINI no se puede cerrar: ha sido creada por ley y se necesita otra norma para liquidarla. Es decir, hay que esperar a que se reúna el Congreso y se ponga de acuerdo en esa norma que, por supuesto, ni Jara ni Nadine tenían cuando lanzaron al aire la idea.
En segundo lugar, esa posibilidad no tan cercana eventualmente permitiría a los culpables del desastre evadir responsabilidades sobre las actividades ilegales que hubieran venido realizando, sobre el destino que hubieran dado a los cientos de millones de soles que gastados hasta ahora y sobre los equipos de interceptación que hubieran adquirido y usado sin ningún control
En tercer lugar, no se requiere ningún cierre temporal ni esperar una norma del Congreso. Ayer ha debido empezarse con el cambio, nombrando a un jefe de la DINI independiente, conocedor y honesto, que haga dos cosas: una investigación seria de las tropelías cometidas y una reorganización.
En cuarto lugar, la comisión de notables es una vieja idea ya probada y que no funcionó. En el 2004, el presidente Alejandro Toledo nombró una comisión (Francisco Guerra García, Saúl Peña, Enrique Obando y Ayleen Pérez) que hizo una propuesta que se zangoloteó con otra docena de proyectos que había en el Congreso para redactar una nueva ley.
A la luz de lo ocurrido en los últimos 25 años, lo más sensato es volver al servicio de inteligencia previo a Vladimiro Montesinos, pero civil, no militar. Un organismo pequeño, de unas 50 personas, integrado por profesionales calificados que hagan inteligencia estratégica, y no operativa. Eso sí podría serle realmente útil a un gobierno capaz y honesto. Algo parecido a la Agencia Nacional de Inteligencia chilena.
Lo que queda por resolver ahora es qué ministros son los que se van y cuándo. ¿Los más afines a Nadine? ¿Los más cercanos a Ollanta? O una mezcla de ambos.
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