La vocación suicida del Congreso de la República
Hace un año y medio en agosto del 2011, escribí una columna en Diario 16 llamada “Una institución a la deriva” sobre
la pobre performance del Congreso de la República, y luego de conocer
la decisión del Consejo Directivo de mantener el incremento del bono de
representación me parece pertinente volver a compartir algunos párrafos
de la misma, y agregar un comentario final.
“Una de las instituciones más desprestigiadas del país es el
Congreso de la República. A este se le ve como un ‘elefante blanco’ que
no sirve para nada, en el cual un grupo selecto de ciudadanos elegidos
por el resto de peruanos dan un permanente espectáculo que alimenta la
sección política de los medios de comunicación. Esta imagen, sin duda,
fue alimentada a lo largo de los noventas por el fujimorismo, pero ya no
se le puede seguir echando la culpa a este de la mala performance del
Congreso.
Una de las razones de la pobreza del Legislativo
tiene que ver con la virtual inexistencia de los partidos políticos,
reducidos a maquinarias electorales a las cuales todo aquel que quiere
ganar una elección se acerca con unos meses de anticipación, con el
aporte económico respectivo para entrar en competencia. A esto se suma
la poca formación política de quienes asumen el cargo, a quienes antes
que exigirles un título profesional, habría que exigirles que tengan
alguna mínima experiencia como autoridad o como funcionario.
El asunto es que cada cinco años vemos renovarse
al 80% de los congresistas, sin que esto signifique mejora alguna. Todo
lo contrario, los nuevos parlamentarios que asumen presidencias de
comisiones no tienen mucha idea de cuáles son sus funciones. Mientras
tanto es habitual que el Poder Ejecutivo solicite facultades
legislativas, con lo cual la labor parlamentaria se limita a una
fiscalización de muy pobre calidad y al debate de leyes poco relevantes.
La cosa empeora cuando vemos que los
representantes se olvidan de que fueron elegidos en región, y que deben
rendir cuentas de su gestión, pero conforme transcurren los meses
descubren que es mejor quedarse en Lima y visitar lo menos posible a sus
electores, que empiezan a reclamarles las promesas de “obras” que no
pueden cumplir, porque estas son tareas del Ejecutivo nacional o
regionales”.
¿Ha cambiado algo? Tengo la impresión que nada o
casi nada. El Congreso sigue distanciado de la gente, actuando como
tramitador de lo que el Poder Ejecutivo les propone, y envuelto en
escándalo tras escándalo y aunque coincido con Carlos Meléndez cuando
señala que que hay que defender la institución ,
creo que a muchos congresistas no les interesa hacer otra cosa que
defender sus intereses particulares, como en el caso del bono, en el
cual solo piensan en su bolsillo, lo que se resume en la frase “cobro,
luego existo”. Y eso es sumamente grave para un país, donde la tentación
autoritaria siempre esta a la vuelta de la esquina, más aún cuando
tenemos un Congreso con vocación suicida.
Fuente: La Mula
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