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domingo, 16 de marzo de 2014

Un cadáver más que nos avergüenza


Chimbote en Línea (Por: Ricardo Ayllón)  Decía hace solo una semana el escritor Braulio Muñoz, en una entrevista, que Chimbote todavía es joven, que “es una ciudad que se está haciendo”, que “es un puerto que va de tumbos hacia el futuro”. Yo quiero recurrir a sus palabras ahora para reflexionar justamente en la manera cómo se está haciendo, y en cuán atropellados son esos tumbos que llevan a Chimbote a un futuro que nunca como hoy pareció más incierto.
Siento que hemos caído en la trampa de la desventura, en el oscuro hoyo de la crisis moral; que estamos atrapados en el otro lado de un espejo que no nos permite ver la versión real de las cosas, y que de un tiempo a esta parte nos hace creer que la sombra es luz, y lo malo es bueno.
Acaba de perpetrarse un nuevo y (desgraciadamente) importante asesinato; la mayoría de nosotros sabe desde dónde fue maquinado, por quién fue ordenado, pero seguramente se convertirá en un nuevo episodio de nuestra “condición de juventud”, de nuestra situación de ciudad que solo percibe en ello un tumbo más, y que irresponsablemente se dejará ganar otra vez por el letargo.
¿Hasta cuándo viviremos en la inacción de los discursos moralistas fabricados solo para la platea, o en las charlas de café que se acaban con el último sorbo de una bebida negra que ennegrece aún más nuestros espíritus?
¿Ocurre acaso que el aturdimiento nos ha convertido en muertos vivientes, y cuando tenemos la noticia de un nuevo muerto lo consideramos el pariente que estuvo perdido y lo hemos encontrado? ¿No nos damos cuenta que la indiferencia ante la ola de criminalidad también nos hace cómplices?
Ezequiel Nolasco, lo sabemos todos, anunció decenas de veces su inminente asesinato, pero como Pedro antes que cantara el gallo, negamos sus palabras, y aquí lo tenemos: es un cadáver más que nos avergüenza, que nos convierte en ciudadanos de ese país que no sé en qué momento decidimos habitar llamado indolencia.
¿En qué hora perversa fue que los chimbotanos dejamos de amarnos? ¿O nunca lo hemos hecho? ¿Algún día nos sacudiremos de la mezquina individualidad y recordaremos que nuestra pequeña patria tiene un nombre que nos une?
¿Es necesario repetir hasta el cansancio que Chimbote es el hogar de nuestros hijos, el horizonte que nos tendió la mano cuando decidimos implantar un sueño? 
¿Qué haremos cuando nos toque a nosotros?, ¿qué vamos a decir el día en que uno de nuestros hijos no vuelva más casa?
Paremos de acusar al criminal de turno, y démonos cuenta que la culpa es colectiva, que ha llegado la hora de beber el agua de la razón y detener esto de una vez por todas.
¿Quién dice que no podemos ganarnos el derecho de cerrar filas contra nuestra propia indiferencia, y construir una sociedad que se precie de tal?
Que esta muerte que ahora nos hermana nos vista de vergüenza y dignidad, nos devuelva al camino de la sensatez y permita que acabemos de una vez por todas con la raíz de tanta muerte. Llegó la hora de desconocer a los falsos profetas, sembrar en tierra buena y levantar la morada de la paz con nuestras propias manos.

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