lunes, 23 de mayo de 2011
SOBRE DUDAS Y CERTEZAS: TERCIANDO EN EL DEBATE
A raíz de la llegada a la segunda vuelta de Keiko Fujimori y Ollanta Humala un importante sector de la población quedó en una situación muy desagradable, ya que considerabamos que este era el peor escenario que se podría configurar.
Empezó así una gran discusión sobre cómo enfrentar esta disyuntiva. Surge así la tesis sobre las dudas y las certezas, como argumento para definir el voto. El razonamiento inicial iba por el lado de fundamentar el por qué apoyar a Ollanta Humala, sosteniendo que en su caso había dudas de lo malo que podría hacer y que en el caso de su contrincante lo que había era certezas. Surgió luego la versión inversa, afirmando exactamente lo contrario.
Tengo amigos cercanos a quienes respeto y admiro afirmando con energía ambos puntos de vista. Sus artículos y entrevistas están ampliamente difundidos en el medio, por lo que me eximo de repetir sus argumentos. Creo que en ambos casos llegan a su razonamiento por motivos válidos y honestos. Me parece absolutamente injusto descalificar a unos u a otros por haber llegado a esta conclusión, en una situación que jamás desearon se produzca. Me parece que es inaceptable decir que unos llegan a una conclusión y son los consecuentes y otros llegan a la otra y se han pervertido.
Sin pretender convencer a nadie y no teniendo la influencia pública de ellos, quiero dar una opinión ligeramente diferente a la de ambos.
Para mí hay enormes certezas negativas sobre los dos; su historia personal y lo que han hecho son alarmantes para cualquier demócrata. A la vez sobre ambos hay dudas razonables, de si en el futuro quisiesen o pudiesen actuar de un modo diferente al que lo hicieron en el pasado.
Fundamento mi posición.
En el caso de Keiko Fujimori, ella es la heredera de lo que su padre hizo en los años noventa. Ella no está allí por méritos propios. La votación que la llevó a la segunda vuelta es la que reivindica el lado autoritario del gobierno de su padre.
Ella fue Primera Dama en ese gobierno. Si bien tuvo públicas diferencias con Montesinos al final y sostiene que se opuso a la tercera reelección, hay evidencias de ella participando alegremente en esa campaña. Es decir, sus diferencias y distancias con lo ocurrido en los noventa son, por lo menos, parciales y tardías.
Las barbaridades que por esos años ocurrieron fueron de su conocimiento y fueron cometidas nada menos que por su propio padre. No puedo olvidar La Cantuta y Barrios Altos. No les perdono la ley de amnistía de 1995. No puedo alejar de mi memoria a Montesinos comprando al cash medios de comunicación, como si fuesen gaseosas en una bodega. No puedo dejar de recordar que Alberto Fujimori se fugó del país, luego de varios días de frenética búsqueda por los diferentes locales, en los que podrían estar las cosas de Montesinos; y que se llevó consigo decenas de maletas cuyo contenido, de seguro, lo incriminaban
Si su historia pasada no fuese suficiente, a lo largo de la década de los noventa, el fujimorismo ha cambiado muy poco en su conducta política y siempre ha estado asociado a las causas menos democráticas que se hayan promovido en estos años. Cada vez que una iniciativa cuestionable en términos democráticos y derechos humanos fue propuesta o promovida por Alan García no dudaron en apoyarla.
Pero incluso, si lo anterior no fuese suficiente, en sus listas al Congreso están muchísimos de los protagonistas políticos de la dictadura de los noventa.
Si nos hemos de guiar por su historia y conducta reciente, tengo la convicción de que no se puede votar por ella.
En el caso de Ollanta Humala mis convicciones en su contra empiezan por una historia familiar muy particular que no puede ser dejada de lado; no por nada es en la casa y con la familia donde se forman los valores fundamentales de una persona.
Su padre inventó el etnocacerismo una ideología oscura y racista, mezcla de fascismo andino con estalinismo de los años cincuenta. Consideró que la ejecución práctica de sus ideas era la tarea de sus hijos. Y, desde los nombres que les puso, les inculcó esa “ideología”. Veía a las Fuerzas Armadas como lugar donde esta filosofía podía imponerse en el país. Para ello quiso que su hijo Ulises fuese militar y, al no conseguirlo, Ollanta se ofreció para reemplazarlo. Esa combinación de cuna familiar “muy especial” y una formación militar, no son precisamente las garantías democráticas que necesitamos.
Pero además está su práctica. Siguiendo un orden cronológico está primero Madre Mía, en donde como “capitán Carlos” cometió gravísimas violaciones a los derechos humanos, que la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH) documentó y llevó a proceso. Yo he visto el video en el que el abogado de la Coordinadora da cuenta del modo cómo los testigos fueron llevados a retractarse y, todo parece indicar, que con métodos nada santos. Hay ahora incluso una investigación fiscal abierta por la compra de testigos. Que haya logrado impunidad por esos crímenes, como tantos otros lo han conseguido, no es para mí prueba de su inocencia. Me quedo con la versión de la CNDDDHH.
Viene luego Locumba, un sospechoso levantamiento armado contra un gobierno moribundo (¿por qué no lo hizo antes? Desde 1992 hubo militares y policías que se atrevieron, aún a costa de pagar precios muy altos). No dejan de ser un dato alarmante las llamadas de Montesinos, que en ese momento huía del país, al cuartel en donde se producía levantamiento. Las sombras de que allí hubo complicidad con el prófugo no se disipan de mi mente.
El siguiente capítulo es el del Andahuaylazo, una asonada militar que ejecutó su hermano Antauro diciendo explícitamente que lo hacía por su hermano Ollanta en la que fueron asesinados a sangre fría cuatro policías del Escuadrón Verde (una unidad que algo contribuí a gestar, como parte de una estrategia por la seguridad ciudadana y cuyos integrantes nunca debieron ir para allá, por no estar preparados para enfrentar ese tipo de criminales). No puedo olvidar la muerte de esos policías, cazados como patos por los francotiradores de los levantados.
Antauro tenía años predicando en pueblos y plazas en favor de su hermano, difundiendo un periódico con el inequívoco nombre de la causa: Ollanta. (Así como no se puede entender que Keiko Fujimori exista políticamente sin Alberto Fujimori, tampoco se puede entender que Ollanta Humala haya llegado a la mente de la gente, en esos años, sin Antauro Humala).
El compromiso de Antauro con Ollanta lo ratificó en Andahuaylas. Hay videos donde dice que el levantamiento lo hacía por él. De su lado Ollanta Humala lanzó desde Seúl una proclama pública que leyó en RPP apoyándolo y pidiendo a la población sumarse a la asonada violenta contra Toledo. Luego, en una entrevista en la misma radio, abundó en sus razones.
También pesa en mi ánimo su estrecha relación con el comandante Hugo Chávez de Venezuela. El 2006 fue absolutamente explícita y estoy totalmente convencido de que el autócrata venezolano se involucró directamente en su campaña. Hay demasiados paralelos entre ambos personajes como para cerrar los ojos sobre el riesgo.
Por último, si el fujimorismo tiene una responsabilidad importante del desastre que fue el último Congreso al haberse alineado con el APRA, cada vez que fue necesario garantizar la impunidad de la corrupción y muchas otras decisiones cuestionables; Ollanta Humala es el responsable de haber llevado al Congreso, con pocas y honrosas excepciones, a un conjunto de impresentables que muchas veces, además, lo traicionaron y que ha dejado a esta institución con la deplorable imagen que hoy ostenta.
Si nos hemos de guiar por su historia y conducta reciente, tengo la convicción de que no se puede votar por él.
Pero luego vienen las dudas.
Ambos personajes juran y rejuran que han cambiado. Que aún si no les creemos su versión sobre el pasado, exigen que les demos el beneficio de la duda sobre el futuro; que pueden y tienen el derecho de comportarse de manera diferente a partir de esta elección. Ollanta Humala es enfático al sostener que su visión estatista, populista y antimercado de su propuesta ya no existe más. Ha firmado un documento en el cual sostiene puntos de vista muy diferentes. Se ha comprometido expresamente a respetar la democracia, los derechos humanos y no buscar la reelección. Hay además razones prácticas para la conversión: a la Venezuela de Chávez le va pésimo, en cambio al Brasil de Lula le va muy bien.
¿Hemos de creerle que ha cambiado? Tengo dudas.
Keiko Fujimori insiste en que gobernará en democracia y con respeto a los derechos humanos, que no indultará a su padre condenado por crímenes de lesa humanidad. Que trabajará en coordinación y apoyando al Poder Judicial y el Ministerio Público, dirigidos ambos hoy, ironías de la vida, por el juez y el fiscal del caso de su padre. Asegura que hará una lucha frontal contra la corrupción. Hay además razones prácticas para la conversión:: reivindicar su apellido ante el país le puede dar mucho más réditos que intentar repetir el pasado en un contexto en que es imposible hacerlo exitosamente.
¿Hemos de creerle? Tengo dudas.
Sigo pues en una situación mucho más difícil que la de aquellos que ya optaron. Sigo en la idea de votar viciado o como dice Pedro Salinas votar por ambos (que no es lo mismo pero es igual).
Si siguen pesando como hasta hoy en mi ánimo las convicciones sobre lo terrible que ya hicieron, no podré votar por ninguno de los dos.
Si al final ya frente a la inevitable cédula de votación (que a ratos siento como un pelotón de fusilamiento para mis convicciones democráticas), mis dudas se disipan un poco, votaré por mi mal mayor. Si lo hago, lo mantendré en reserva. No es algo de lo que me enorgullecería.
Me tranquiliza saber que el 5 junio no acaba el mundo (aunque a ratos nos lo parezca). Gane quien gane, estaré vigilante y muy probablemente en la activa oposición.
Nos tocó perder una vez más. Como que ya nos vamos acostumbrando.
Publicado por ESPACIO COMPARTIDO en 10:53
Etiquetas: Carlos Basombrío, TEMA Actualidad política
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario