sábado, 14 de mayo de 2011
Autoayuda contra el miedo a las elecciones 2011
Por Rafo León
¿Cuál es la raíz del miedo? Quizás la respuesta se formule el día que la condición humana alcance a ser comprendida en alguna dimensión, por mínima que sea, como un conjunto en el que cohabitan coherencias con desencuentros.
El miedo es algo tan plástico que todos lo sentimos, me atrevería a decir que las veinticuatro horas del día, en sueño y en vigilia, en angustia frente a la posibilidad de tenerlo o en medio de la dicha ante el riesgo de perderla. Es el sentimiento de sobrevivencia más complejo, primario y paradójico, puesto que cuanto más espacio abarca dentro de uno, más deseos desesperados tiene el sujeto de echarlo, y lo que termina produciendo es una mayor dosis de miedo, a la que se van añadiendo ingredientes desesperantes, como la impaciencia, la irritabilidad, el odio hacia los demás, hacia uno mismo, y hasta el anhelo del fin como quien espera los efectos de un Xanax diez minutos después de haberlo tomado.
Pues bien, si el miedo es primario, dañino, si erosiona el alma (o mejor, como en la película de Fassbinder, si “la corroe”), ¿por qué es el estado predominante en un proceso de elecciones políticas como el que estamos viviendo? Puesto que no hay otra explicación a la estúpida “Operación Sábana” de los fujimoristas o a la no menos cretina “centrificación” del humalismo, que el miedo al otro, combinado con el pariente pobre y mal vestido del miedo, que es el temor a perder lo que se tiene o a dejar de contar con las oportunidades para tener más, sobre todo si estas se pondrán en juego en un nuevo periodo de gobierno, y peor aún, si mantuviera una posición contraria a la corrupción.
Sobre el punto tengo una hipótesis, más basada en lo que recientemente veo en mis viajes en el Perú que en alguna teoría sociológica posmoderna. Trataré de explicarme el miedo a partir de la observación sobre de lo que viene ocurriendo en muchos lugares del interior del país. Con la evolución (¿?) de los acontecimientos políticos desde los resultados de la primera vuelta, una crispación creciente se está apoderando de la mente, del raciocinio y pronto, hasta de la acción en una gran medianía de gente. Paradójico, pues lo que deberíamos sentir con las declaraciones de ambos candidatos, razones que los acercan tanto al centro a ambos que uno termina preguntándose por qué no seguimos con Alan García y nos ahorramos los millones del proceso electoral; lo que deberíamos experimentar debería ante eso debería ser más bien alguna clase de alivio: el cambio que todos deseamos pero con nuevos añadidos de bienestar social, político, económico.
Pero no, lo que agarra cada vez más espacio es el miedo. Y ahí viene mi hipótesis. Ambas fuerzas en juego, cada una en su estilo, comparten un doble, contradictorio y complementario nivel. Uno oficial, políticamente correcto, que se abraza con Cipriani, que ofrece paz, que garantiza la plena libertad de prensa y expresión, que muestra familia e hijos, corbata, sonrisas, que renuncia a la diatriba y va por el comentario lateral, que debatirá con “altura”, prometiéndose el uno al otro un respeto total por lo que el pueblo elija el 5 de junio. Esa es la versión limeña, blanqueada y centrista.
La otra es más tenebrosa pero por eso mismo, funciona como la otra cara de la moneda. Y la formulo así. El asunto es que todos sabemos que tanto los humalistas como los fujimoristas realmente existentes, no tienen nada que ver con esos buenos modales urbanos y de set de TV; que en los hechos componen masas indiferenciadas y clientelistas dispuestas a matar si son azuzadas por un líder con sangre en los dientes…o por una bolsa de arroz.
El daño que los gobiernos anteriores nos han causado en este tema de relación política y representatividad es de tal magnitud que político sigue siendo aquel que habla bonito y me da gratis (Fujimori tiene una condecoración especial en este síndrome). Y entonces, cuando por alguna razón (caviar, correcta, ética, reguladora, realista) mi político trastabillea o se desdice, lo presionaré hasta cobrarle el último pedacito de papel de mi cédula, esa que deposité en el ánfora el día de la primera vuelta, y sí que hemos aprendido en el Perú a cobrar coactivamente.
Ante un escenario predecible y casi diría, proféticamente autocumplido como ese, lo que da miedo no es en realidad el resultado de la elección por su significado político; es el día siguiente… Tenemos pánico al día siguiente, y lo tenemos porque –creo- en mayoría no somos conscientes de que cada uno de nosotros tiene una función en este asunto, de que no somos mancos, de que el mundo está lleno de ejemplos de pueblos que cambian a sus gobernantes si estos los defraudan. O, como escribió Vargas Llosa con toda claridad el domingo pasado en El Comercio, porque no queremos introyectar la idea de que lo que, por ejemplo, Humala haga o deje de hacer, está también en manos de nosotros. Con la Keiko tengo más dudas, por la sencilla razón de que ella no ofrece matices, es mafia y como tal actúa en bloque y blindada por empresarios que todo lo pueden con su dinero, menos adquirir escrúpulos. Pero también, aún con ella y su camorra, todos tenemos que ver.
Hacer conciencia de esto, de sentir que no estamos fuera sino muy en el centro de un proceso al que podemos influir de mil maneras, a mí en lo personal me ha reducido el miedo hasta casi desaparecerlo, a la hora que leo un diario o veo una noticia en la televisión. Haz la prueba, nada pierdes.
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