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jueves, 6 de diciembre de 2012


6 de diciembre de 2012
Análisis

Chile ante La Haya: argumentaciones técnicas, efectos políticos

Los casos de Colombia y Chile parecen estar hermanados por ciertas fatalidades. Ambos vieron sus respectivos contenciosos como asuntos lejanos, que tenían lugar en recónditos territorios imposibles de definir si eran espacio vacío o área sin ley, o una combinación de ambos. Para asuntos prácticos, un lugar irrelevante en el “fin del mundo”. Eran diferendos a los que sólo se les ubicaba discursivamente a propósito de la defensa de la soberanía y rara vez desde la perspectiva del desarrollo.
“Omisiones, errores, excesos e inconsistencias, que no podemos aceptar”. Con esas agrias palabras —que jamás imaginó pronunciar en público— el Presidente Santos de Colombia calificó el dictamen de la Corte Internacional de La Haya (CIJ) y, de paso, dejó flotando algo obvio. Los alegatos podrán ser apegados a la técnica jurídica, pero la verdad es que se está en presencia de un asunto neta y absolutamente político. La Haya no es sino un escenario más donde se juega una gran batalla, política en su esencia. Si alguien no entiende eso, más valdría que se jubile.
El prisma político adquiere centralidad en estos momentos cuando lo que se escucha desde Santiago es indicativo que Chile se ha preparado de manera algo errada para el “día después”. Enhebrar discursos artificiosos poco o nada tiene que ver con la microrrealidad fronteriza del conflicto como tampoco con las reacciones de cualquier Estado en situaciones de crisis.
En efecto, Chile nunca se abrió a aceptar que el diferendo fue creciendo por la sencilla razón de que fue percibido como un problema de menor cuantía y aumentó como bola de nieve cuando la elite de Santiago creyó posible manejarlo con el disparatado criterio de “cuerdas separadas”. No podría calificarse sino de inesperada sorpresa que el gobierno de un país con una reconocida clase política haya caído en el absurdo de suponer que en política existen los compartimentos estanco, o que el comercio sea enteramente separable de la política. Por cierto, desde que Nixon visitó Beijing en 1972, los países hacen esfuerzos por evitar que el comercio y las inversiones se vean obstruidas por los vaivenes políticos, pero creer que tienen una dinámica enteramente autónoma responde a una ingenuidad propia de adolescentes.
Aun más, los casos de Colombia y Chile parecen estar hermanados por ciertas fatalidades. Ambos vieron sus respectivos contenciosos como asuntos lejanos, que tenían lugar en recónditos territorios imposibles de definir si eran espacio vacío o área sin ley, o una combinación de ambos. Para asuntos prácticos, un lugar irrelevante en el “fin del mundo”. Eran diferendos a los que sólo se les ubicaba discursivamente a propósito de la defensa de la soberanía, rara vez del desarrollo.
Ahora bien, convengamos que este se trata de algo recurrente en América Latina. Desde la Independencia en adelante no hay país que no tenga zonas en estado de abandono total o parcial y que son recordadas solo con fines retóricos y patrioteros. “Fronteras interiores” las denominó un documento militar chileno hacia fines de los 80.
El ex canciller brasileño, Celso Lafer, ha reflexionado sobre el punto desarrollando un concepto muy útil para entender conflictividades regionales, el de “fronteras deseadas”. Los países maduros —señala— son aquellos que conviven con sus fronteras reales y se proyectan internacionalmente a partir de ellas. Y tiene toda la razón del mundo. Austria no basa su política exterior a partir de sus territorios perdidos en la Primera Guerra Mundial. Incluso en los casos más recientes se divisan acomodos con la realidad. La política exterior rusa añora cada vez menos las dimensiones territoriales y las grandezas hegemónicas soviéticas. Lo mismo puede decirse de serbios y croatas respecto a la reconocida Yugoslavia de Tito. Incluso Pakistán se ajustó a su nueva realidad cuando perdió Bangladesh en 1971. Pero en América Latina, las fronteras deseadas forman el eje de la política exterior de no pocos países. Chile no tiene fronteras deseadas, pero al no tener lecturas estratégicas de su inserción regional y mundial, está cayendo en la trampa de la frontera deseada de otros.
La experiencia colombiana indica que Chile podría estar cayendo en el peor de los mundos, ya que al no haber actuado proactivamente con sus vecinos del norte, el fantasma de una caja de Pandora interminable se cierne más que nunca antes. ¿Qué pasaría si el día de mañana una potencia europea, asiática, o el mismo Perú, u otro país, estima que hay un diferendo por isla de Pascua?, ¿se aceptará que dirima La Haya? Así como un largo tiempo la pesadilla se llamó HV3, hoy se percibe que cualquiera puede verse tentado a construir un caso.
Chile y Colombia comparten además otra fatalidad. Esa curiosa percepción de ver el litigio en la CIJ como un trámite sencillo, adonde se debía recurrir casi por las formas, obligado por la suscripción del Pacto de Bogotá, mas no por la sustancia del caso. Los reclamos de Nicaragua y Perú fueron percibidos en Bogotá y Santiago como non-sense.
Pero ojo, el impacto político de La Haya puede ir aún más lejos.
En el caso Colombia/Nicaragua será interesante ver la posición que adopte el ALBA si Colombia se niega a reconocer el fallo. Ciertamente que Nicaragua no está en condiciones de defender la soberanía de las aguas territoriales adquiridas, mientras Bogotá sí lo está, manu militari. ¿Qué pasaría si las añosas lanchas con que los sandinistas patrullan sus costas, sus viejos helicópteros MI7 o sus destartalados aviones Cessna fuesen reemplazados por los aviones Sukhoi rusos, de última generación, que le preste Hugo Chávez, o por los Cheetah sudafricanos que les facilite Rafael Correa, o bien que se lancen un par de misiles Fajr iraníes desde la costa en señal de advertencia?
No debe olvidarse que ingenieros iraníes recorren desde hace años territorio nicaragüense para dar fundamento a la idea de construir un canal bioceánico y que efectivos iraníes y de Hizbollah —que casi por defecto son distantes de los colombianos— se sienten especialmente cómodos en la escasamente habitada costa atlántica nicaragüense.
O bien otro ejemplo. Que los colombianos, resignados, abandonen el ejercicio de la soberanía en los casi 90 mil kms2 que han perdido con este fallo. La consecuencia inmediata es que se abrirán muchas nuevas rutas al narcotráfico. Los sandinistas, con su pobre y anticuado equipamiento militar, tienen nulas posibilidades de reemplazar la vigilancia que hoy realizan tanto las FF.AA. colombianas como las bases estadounidenses ubicadas en las cercanías. El eventual abandono del ejercicio de la soberanía por parte de los colombianos multiplicará, además, los ataques de la piratería practicada por los indios miskitos, oriundos de la costa atlántica nicaragüense, y que suelen asolar especialmente el cayo Alburquerque, donde atentan contra las comunidades de pescadores colombianos lo que significa desde hace años un silencioso pero no menor dolor de cabeza para la Armada colombiana. No debe dejarse de lado que este cayo, más otros dos deshabitados, Quitasueños y Serrana, albergan grandes bancos de atún, langostas y caracoles.
También podría darse un escenario intermedio, algo difuso, cuyo embrión ya se atisbó esta semana cuando el Presidente Santos le ordenó a la Armada mantener “la protección de los pescadores artesanales de San Andrés”. ¿Mantendrá Chile la vigilancia marítima tras el fallo de La Haya?, ¿cómo va a reaccionar ante la verdadera invasión de pescadores artesanales que se producirá tras el fallo?
Luego están los recursos petroleros. Sabido es la existencia de importantes depósitos de petróleo en el territorio marítimo obtenido por Nicaragua. Desde el 2001, y especialmente desde 2006, Managua se venía esforzando por interesar a grandes petroleras en proyectos extractivos, las cuales, dada la disputa entre los dos países y la inestabilidad política interna nicaragüense, preferían mantenerse a distancia. Debe considerarse, para enredar aún más el problema, que Honduras ha venido pidiendo desde 2010 intervenir en la disputa. ¿Si los colombianos optan por acatar el fallo y se retiran de  las aguas, no asistiremos a un nuevo conflicto, esta vez hondureño-nicaragüense? Animosidades, choques fronterizos y disputas entre ambos no están para nada en estado larvario.
A raíz de la experiencia colombiana, las autoridades de Santiago intuyen que están ante un asunto no menor, que afecta la arquitectura externa del país, a su política exterior y la de Defensa. Perder soberanía con unas FF.AA. con gran entrenamiento y equipamiento no pasará inadvertido. Y quizás como una manera de atenuar o distribuir los costos políticos de una derrota se ha puesto a la cabeza del equipo litigante a un experimentado diplomático pero, más relevante aún, a un funcionario cercano a la oposición como es Alberto van Klaveren.
En consecuencia, la experiencia colombiana indica que Chile podría estar cayendo en el peor de los mundos, ya que al no haber actuado proactivamente con sus vecinos del norte, el fantasma de una caja de Pandora interminable se cierne más que nunca antes. ¿Qué pasaría si el día de mañana una potencia europea, asiática, o el mismo Perú, u otro país, estima que hay un diferendo por Isla de Pascua?, ¿se aceptará que dirima La Haya? Así como un largo tiempo la pesadilla se llamó HV3, hoy se percibe que cualquiera puede verse tentado a construir un caso.

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