El momento más revelador del debate ocurrió fuera de cámaras. Apenas finalizó el encuentro, los dos candidatos pasaron al frente para esperar a los fotógrafos de prensa, que solo tendrían unos segundos de tomas. El momento previo a la entrada de los reporteros fue prolongado. Entonces, Keiko Fujimori y Ollanta Humala se quedaron conversando amigablemente. Hubo sonrisas y la atmósfera se distendió extrañamente.
Y fue inusual porque la campaña presidencial que termina esta semana fue marcada, como lo han anotado observadores que vivieron tiempos como los del antiaprismo, por un grado de polarización pocas veces visto en el Perú. Los insultos predecibles de parte de los políticos de uno y otro bando subieron todavía más de tono. El apocalipsis asomaba en la opción del contrincante.
Pero la democracia tiene los cauces para ajustar el volumen de la grita y dejar que muchos titulares se derramen en su propia tinta.
No le faltó razón al presidente Alan García cuando afirmó el lunes 30 que ambos candidatos presentaron más convergencias que divergencias.
Si los ajos y las cebollas salen del aderezo, la verdad es que tanto Humala como Fujimori se pusieron a picar ingredientes similares. Y altamente comestibles –o potables.
Ambos también estarán cerca en sus cierres definitivos de campaña, el jueves 2. Fujimori hará su convocatoria en la Plaza Bolognesi y Humala en la Plaza Dos de Mayo.
Entre el lunes y martes, la candidata pasó por Ica, Pasco, Ventanilla, Ancón, Huacho, Huaral y Piura. Al cierre de edición no eran anunciadas sus actividades para el miércoles 1.
La caprichosa percha presidencial. |
Fujimori reconoció que una de las virtudes de su oponente es que se pasó la campaña corriendo. En estos últimos movimientos ese buen estado físico le sirve para balancear la ventaja que Keiko le lleva en el terreno de la comunicación. Humala llega a las manifestaciones a trote ligero y se confunde con la muchedumbre, lo que se traduce en poderosas imágenes televisivas.
No es la única corrida en juego.
CAMBIO DE PIEL
Los dos meses de esta nueva campaña constituyeron, en ambos casos, una carrera al centro. En su esfuerzo por conquistar al electorado mayoritario que no les acompañó en la primera vuelta, Humala y Fujimori atemperaron sus posiciones y corrigieron su discurso. En algunos casos, de un modo dramático.En el debate, Fujimori le enrostró a Humala los cambios en sus planes de gobierno y aclaró que ella solo tenía uno. Olvidó mencionar que en su plan no se menciona nada parecido a un impuesto a las sobreganancias mineras, que es una propuesta que luego también asumió abiertamente. Es más, en ese telegráfico documento se asegura que “sin temores, daremos el salto” y “se darán incentivos en el sector” para que se modernice (eje 20). En este caso, incentivos es el antónimo de mayores impuestos.
Del mismo modo, Fujimori se viene alejando del énfasis en flexibilización laboral (“implementaremos normas de excepción que abaraten el costo de contratar”). En el debate, por el contrario, ofreció crear la Superintendencia de Derechos Laborales con 5 mil inspectores vigilantes.
El ángulo de observación privilegiado por los medios cercanos al fujimorismo descarta que sean genuinas las modificaciones programáticas de Gana Perú. Pero así se pierde de vista una fortaleza esencial de las segundas vueltas, y de la democracia misma, que se caracterizan por moderar y “centrar” a quienes pasan a ellas. Del mismo modo, impulsan la formación de coaliciones que sumen votos y tendencias.
En ese orden de ideas, Fuerza 2011 cometió uno de sus primeros errores post-primera vuelta cuando Rafael Rey salió a declarar que la agrupación naranja “no hará alianzas”. Parecía confirmar una vez más la impronta autoritaria del fujimorismo, que mientras compraba congresistas denostó el necesario diálogo político como componenda y politiquería. Argumento, por cierto, repetido hasta la saciedad en los últimos años desde los mismos tabloides que ahora apoyan cerradamente a Fujimori.
La inicial sinrazón dio paso a importantes ajustes en el discurso. Fujimori, que había pedido en el mitin de cierre de campaña en la primera vuelta que los gritos de los simpatizantes “se escuchen hasta la Diroes”, pidió perdón por los delitos cometidos durante el gobierno de su padre. Se comprometió incluso a respetar la obra de El Ojo que Llora, convertido en un símbolo para los antifujimoristas. En el debate prometió explícitamente continuar con la política de reparaciones recomendada en el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, documento de referencia para la sentencia que confinó a su padre en prisión. Del mismo modo, firmó el Acuerdo Nacional que es una institución nacida del vergonzoso colapso político de Alberto Fujimori. Si se le suman sus dos reuniones con César San Martín, actual presidente del Poder Judicial que dirigió la sala que impartió esa histórica condena de 25 años, es completado un conjunto de gestos nada desdeñables.
Keiko también le ha callado la boca a sus voceros Martha Chávez y Jorge Trelles, exponentes del fujimorismo más abyecto. Cuando pidió el perdón arriba mencionado reconoció que lo hacía en contra del consejo de sus asesores. Otras dos jugadas audaces pero que a la vez le recuerdan su principal problema: el enemigo sigue en casa.
Con excepción de Hernando de Soto, una figura mediática pero poco dada a la permanencia, la candidata ha tenido grandes dificultades para expandir su equipo, conformado sobre todo por el fujimorismo terminal. Las adhesiones de Pedro Pablo Kuczynski y Luis Castañeda, líderes de movimientos endebles, no se han traducido hasta ahora en inclusiones en el núcleo duro.
No le pasa lo mismo a Humala.
TOLEDISMO HUMALISTA
Durante el debate realizado en un ambiente del Hotel Marriott, los colaboradores del candidato de Gana Perú se sentaron frente a Keiko Fujimori, y viceversa. En ese caso, la mayoría de caras eran nuevas por los predios del nacionalismo. El toledismo no se hizo sentir solo en los economistas Kurt Burneo, Óscar Dancourt y Daniel Scwyldosky. También estaban Juan Sheput y Luis Thays, coordinador del plan de gobierno de Perú Posible. Destacaba también el aprista Luis Alberto Salgado, especialista en materias de Derechos Humanos. Y un tanto desconcertante era la presencia de la empresaria “naturista” Jeannette Emanuelle, frustrada candidata de PP en el 2006. Rostros que alternaban con los sobrevivientes del humalismo como Omar Chehade, Marisol Espinoza, Félix Jiménez y la guapa congresista Cenaida Uribe.Este coro de voces encuentra una única intérprete. Solo Nadine Heredia subía al podio para aconsejar a su marido durante las pausas de publicidad. En el caso de Keiko ese papel recaía en Víctor Shiguiyama y Pier Figari (CARETAS 2179).
Durante el debate, los dos salieron de su zona de confort programática. Humala prometió respetar la cédula viva de la Policía. También la propiedad privada y aceptó la cooperación antinarcóticos de Estados Unidos. Reiteró que no impulsaría la reelección y aseguró la estabilidad jurídica para las inversiones.
Fujimori se volvió a declarar igualmente en contra de la reelección y ofreció fortalecer la Contraloría, respetar escrupulosamente la independencia de poderes y la libertad de prensa y expresión.
¿Quién ganó el debate? Difícil determinarlo. Sobre todo porque la digestión posterior del electorado no tiene por qué calzar con un análisis formal.
Los dos frentes mediáticos, uno mucho más grande que el otro, clamaron la victoria de su candidato. Fujimori resultó más clara y organizada. Como ella misma lo declaró, demostró que es una mujer que no se deja “pisar el poncho” y fue enérgica en varios pasajes. Él, por su parte, rehuyó la caricatura de cachaco chavista y resultó más cálido y simpático.
A Humala le podría favorecer una típica evaluación de los debates. Como el menos articulado, que además venía de una pobre participación en el debate anterior (CARETAS 2175), era de esperar que fuera apabullado. Pero no ocurrió así. Del mismo efecto sacaron ventaja Alberto Fujimori en 1990, Alejandro Toledo en el 2001 y el propio Humala en el 2006 (los dos últimos enfrentados a la retórica de Alan García).
El cliché dice que el debate no inclina nada. Pero en esta cancha tan pequeña de peruanos que decidirán la elección, cada voto cuenta. Entre ellos los de los candidatos que se quedaron en el camino.
EL BAILE DE LOS QUE SOBRAN
Días antes de oficializar su apoyo “sin ambigüedades” a Humala, Toledo lamentó el pasado 11 de mayo que “el Perú no se merece este escenario” y que “diez años de crecimiento pueden echarse por la borda”.En defensa del votante peruano, el ex presidente tendría que reconocer que el Perú tampoco se merece a su clase política. Él mismo se la pasó fuera del país en los últimos años, sordo a las palabras de colaboradores suyos como Carlos Ferrero, y llegó para ponerse al frente de una campaña que pretendió resolver en cuatro meses.
Con todo, Perú Posible sigue siendo un partido. Peor improvisación se le puede achacar a Luis Castañeda, incapaz de armar un equipo de peso presidencial durante dos períodos exitosos al frente de la alcaldía de Lima y también miope para reconocer sus propias debilidades en una elección tan distinta y compleja como la del Presidente de la República.
Muy relativa puede ser la opinión de Pedro Pablo Kuczynski, entregado también a la candidatura fujimorista y opuesto a la opinión de su asesor Hugo Otero, quien considera que la pintura naranja en realidad lo despinta. Sintonizada con PPK se encuentra, en cambio, la banquera de inversión y gran recaudadora proselitista, Susana de la Puente.
El Perú se la juega. Con suerte, un rompecabezas político posible de armar saldrá del domingo 5.
FUENTE REVISTA CARETAS
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