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viernes, 14 de septiembre de 2012

Sobre tuits envenenados

septiembre 14th, 2012 (Hace 14 horas)

Tomado del semanario Hildebrandt en sus trece, de hoy viernes 14/9/2012
Un lío gordo
Pedro Salinas
Admito que ejercer el periodismo de opinión y, en paralelo, dirigir una empresa consultora en el ramo de las comunicaciones, puede prestarse a suspicacias. Es una verdad de a puño.
No faltan los fulanos inescrupulosos que caen en la tentación de brindar “asesorías” o “consultorías” y, como parte de sus “servicios”, ofrecen a sus clientes sus “espacios periodísticos” como parte del combo. Y con ello, terminan defendiendo intereses o ejercen presiones con tufillo de extorsión. Es así. Ya hemos visto, además, algunos de estos casos en el pasado. Aunque si me apuran, intuyo que no hemos visto a todos o a todas. Todavía.
Ingresé al negocio de la consultoría en 1995 (junto con mi socio, Freddy Chirinos), en los tiempos en que el fujimorismo venía hostigando a los medios desde el zarpazo de abril de 1992. Algunos periodistas tuvieron que irse del país. O por razones de seguridad o porque les habían cerrado todas las válvulas de oxígeno. Y en ese plan. Ahí están los casos del director de este semanario, quien tuvo que liar sus bártulos para emigrar a España, y el de Gustavo Gorriti, quien hizo lo propio, pero con destino panameño.
Solamente en ese breve intervalo, entre el 92 y el 95, verbigracia, el arriba firmante fue expectorado de cuatro medios (dos canalcitos de TV, un diario y una radio). ¿Por qué? Por criticar al gobierno. Y no exagero. Al final, el número de cancelaciones se elevó como a una docena.
Pero a lo que voy es que, vamos, no es que pretenda dármelas de paladín de nada, sino que vivir del ejercicio del periodismo en aquella época era casi impensable si querías mantener un mínimo de independencia y de espíritu crítico. O agachabas la cabeza o te hacías el loco o hacías de alfombra roja de las celebridades fujimoristas, salvo que trabajaras en alguno de los pocos sitios independientes, que los había, pero que no ocurrió en mi caso.
Y así, antes de partir a ganarme la vida a Guatemala –uno de mis posibles destinos-, surgió la idea de la empresa como “actividad alimenticia”. Con el tiempo, esta fue creciendo y me permitió cierta independencia económica. La suficiente como para ponerme chúcaro o díscolo, en momentos que debía hacerlo, sin temor al despido o a la dureza de la calle o a la patada en el poto.
Mi actividad empresarial y mi ejercicio periodístico han corrido siempre por cuerdas paralelas. Nunca se han cruzado. Y siempre he evitado los conflictos de interés. Porque estos, a veces, aparecen, es cierto. Pero cuando aparecen, se eluden sin dudarlo un solo segundo. Digo.
Por el contrario, quien se pone el sombrero de “periodista” y lucra con sus “opiniones”, no es, pues, un periodista. Será un mercenario. O un corsario. O un prostituto. O prostituta, que también. En fin. Un puto de la pluma, digámoslo así.
Bueno. Eso es lo que me desembuchó Martha Meier Miró Quesada en Twitter, luego de una decena de tuits. Que tuve que descifrar, déjenme añadir, porque tratar de entenderla no es tarea fácil, créanme.
En fin. Lo cierto es que, MMMQ disparó todo un carcaj de tuits envenenados con curare. Y sostuvo que mis opiniones, en este caso en Perú21 (diario en el que es accionista), eran rentadas.
Y como para darle credibilidad a su infamia, soltó una de esas acusaciones que, cuando las escucha un abogado penalista, se le ponen los ojos como los de Tío Rico McPato. En forma de dólares, es decir. Dijo textualmente: “Si atacas a un ministro que no le da la licitación a un cliente, ¿cómo se llama eso?”.
Y yo pensé: ¡Qué fuerte! ¿Y el extorsionador soy yo? ¿El que usa la columna como chaira o chaveta es supuestamente este escriba? ¿Puede ser verdad lo que estoy leyendo? ¡Por dios! Y lo dijo como quien lanza al cielo la pelotita de jebe, mientras sigue jugando a los yaxes. Se los juro.
Hasta ese momento, traté de razonar con ella. Pero luego de tremenda bomba injuriosa, se puso a repetir como disco rayado: “enseña tu lista de clientes”. Pero claro. El imbécil de Pedro Salinas (o sea, yo) recién se dio cuenta que no estaba al frente de una respetable persona y de buenas maneras, representante del distinguido Grupo El Comercio. O algo así. No. Nada de eso. Lo que tenía delante el tontorrón de Pedro Salinas era un alfil del fujimorismo en campañita de descrédito y descalificación en contra de un “caviar”.
Una campañita en toda regla, con ventilador y todo. En plan Kouri, digamos. “Todos tienen su video”. “Todos somos seres putrefactos”. Que quiere decir más o menos: “Todos tenemos oculto un esqueleto en el armario”. O “nadie está limpio”. Y qué sé yo.
Pero volviendo a la editora y periodista de El Comercio. Las lecciones de periodismo 1 y 2 –porque en este caso ni llegaban a 3-, sugerían:
Paso Uno) Acceder a la web de la empresa del supuesto “plumífero ramero”. Y allí hubiese encontrado la lista de los sectores en que nos hemos especializado: energía, minería, consumo masivo, finanzas, retail, construcción, telecomunicaciones, automotriz, hotelería y turismo, aerocomercial, seguros, salud, educación. Esto es más amplio, preciso y transparente que ponerle nombre y apellido a empresas que entran y salen, como suele ocurrir entre agencias como la mía.
Paso Dos) Ingresar a los archivos de Perú21, buscar la sección de columnistas, identificar al “mercenario” Pedro Salinas, ubicar las columnas de las mermeladas, y enrostrárselas al director Fritz Du Bois para que expulse del paraíso a ese “golfo de la prensa”.
¿Por qué no lo hizo?… Más aún. ¿Por qué no lo ha hecho todavía? Por dos razones. Primero, porque es falso y no tiene cómo documentar semejante calumnia. Segundo, porque no le interesaba la verdad. Solo enfangar. Insidiar. Envenenar. Enmierdar. Eso.
Porque si uno entra a los archivos de los diarios, pues se encontrará con mis temas de interés. Varios de ellos, encuadernados en formato de publicaciones. Política. Religión. Liberalismo. Iglesia católica. Periodismo. Derechos humanos. Crónicas. Cómics. Y hasta series de televisión.
No mezclo las cosas, si no quedó claro. Puedo tener puntos de vista deleznables, para muchos. Es posible. Puedo errar en mis análisis, de la misma forma que yerran Agatha Lys y los horóscopos y el Senamhi, sí, claro. Puedo estar equivocado sobre la existencia de dios, sí, puedo estar equivocado (aunque si existe, está como de vacaciones, ¿no?). Pero todo esto es pura opinión, no mermelada. Ni chanchullo. Ni cherris en formato de papel periódico.
Lo que sí lamento es haber perdido la paciencia al final. Fue una experiencia desagradable, les confieso. Y me arrepiento de ello.
Por cierto, eso sí, la registraré para evitar nuevos incidentes en el futuro. Comprendan que recién he entrado a Twitter hace siete meses, y todavía me siento nuevo en el barrio.
Twitter me parece genial como un instrumento de archivo, como una herramienta veloz de información y como un ámbito en el que pueden producirse controversias interesantes o divertidas.
Pero esta última “bronquita” con Martha Meier, lo sé, no califica como ninguna de las opciones anteriores. He salido de ahí con la sensación que me asaltaron en La Parada. Pues eso.

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